El presidente de la Nación hace alianzas con algunos de los empresarios más tradicionales de los Estados Unidos y el mundo. Dice que con el objetivo de atraer inversiones millonarias a la Argentina. Mauricio Macri juega a las rondas de negocio con empresarios que se han cansado de robar las esperanzas de millones de trabajadores en todo el planeta, e incluso hasta se deleita con algunas muecas de Robert De Niro. Peter Tichansky, Susan Segal, William R. Rhodes, Jack Rosen y los lobbystas en Argentina Saúl Rotsztain y Darío Ventimiglia son algunos de los CEOs que marcan la agenda política del macrismo.
Por Carlos López / El Estado argentino se convirtió en una empresa tratando de venderse internacionalmente a costas de los esfuerzos y los retrocesos en los niveles de vida de los trabajadores y de una sistemática conculcación de derechos adquiridos. Todo bien al estilo de la lumpen burguesía argentina: de empresarios ricos, empresas débiles, apenas si prebendarias y abusivas; trabajadores mal pagos y usuarios sometidos al abuso. Un fotografía fija mas “nacional” que el asado y la selección de fútbol.
En su última visita a Nueva York, el presidente compartió el pasado 7 de noviembre un desayuno de trabajo en el Business Council for International Understanding (BCIU), una organización que se autoproclama defensora del libre comercio y facilitadora de las relaciones económicas entre los gobiernos y las empresas.
La oficina de la diplomacia comercial paralela de Estados Unidos nació luego de que el ex presidente norteamericano Dwight Eisenhower permitiera la inclusión de hombres de negocios en la Casa Blanca. Es así como hoy la BCIU está formada por más de 250 empresas entre las que se destacan Boeing, Caterpillar, Hilton, General Electric, Visa, Google, General Motors, IBM, MetLife y Raytheon. Tiene el objetivo de formar embajadores del Estado estadounidense en diferentes partes del mundo. En la Argentina, el CEO de la organización, Peter Tichansky, estuvo en mayo de 2016, justo unos meses después de la llegada de Cambiemos al gobierno. El CEO en aquel momento en una entrevista con La Nación definió que “la Argentina siempre fue un mercado importante para Estados Unidos. Realizamos un foro de competitividad con líderes empresarios de la Argentina del transporte y la infraestructura. Es una nueva etapa, y la Argentina va a mejorar en todos los indicadores de competitividad”, y además remarcó que “por suerte el nuevo gobierno tiene una sensibilidad diferente que llevará a una mejora en la competitividad. La eliminación de los subsidios y la racionalización del sector energético son señales muy positivas para la atracción de inversiones”.
Con las palabras justas Tichansky llegó a la Argentina para festejar el aumento de los servicios que los argentinos pagan cada semestre y se encargó de galardonar la mirada empresarial del gobierno de Cambiemos, como si precisamente conducir los rumbos de un país fueran determinados por el crecimiento de las empresas extranjeras. Mejorar los indicadores o la competitividad para estos hombres de negocios no es más que conseguir importantes beneficios económicos a costa de un país que ha cambiado rotundamente la mirada del desarrollo y la producción nacional por las famosas inversiones que llegarán a renovar el país.
Con la victoria electoral de Donald Trump esta mirada sobre la Argentina se potenció con una agresividad que pocos beneficios puede darles al país, más bien es un negocio en el que los únicos que ganaran son aquellos que inviertan en el mercado financiero especulativo, porque nada ha logrado el gobierno macrista en cuenta a inversiones reales que mejoren o aumenten los niveles de producción, y que en definitiva son los únicos avances que podrían generar -en el mejor de los casos teniendo en cuenta el abandono del desarrollo nacional- un mayor caudal de puestos de trabajo y estabilidad social y económica en la vida de los trabajadores.
El discurso del macrismo va en la misma línea que el de estos hombres de negocio. Habrá inversiones millonarias y un mercado competitivo, pero como cada propuesta de Cambiemos jamás se dan detalles sobre quiénes serán los partícipes de esas inversiones, quienes van a canalizar los miles de millones de dólares que empresarios generosos van a depositar en el país y menos aún, quienes serán los beneficiados de estos negocios.
Los contactos del BCIU en la Argentina se reducen a Saúl Rotsztain y Darío Ventimiglia. El primero de ellos está casi fuera de la escena mediática de la política argentina, pero es reconocido por haber sido designado por el ex vicepresidente y gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Ruckauf, como embajador en el cargo de “representante especial para los temas vinculados con la comunidad judía en el ámbito de la sociedad civil”. Rotsztain es un famoso lobbysta de negocios que se encarga hace más de 30 años de armar encuentros como el de Macri, con quizá el más recordado cuando logró llevar al ex presidente Carlos Menem a un desayuno en Nueva York con dirigentes de la comunidad proisraelí de Estados Unidos. Fue representante de la DAIA en ese país, y cercano al famoso abogado estadounidense Melvin Weiss, quien le cedió en su momento a Ruckauf una colección de obras de Pablo Picasso para que se luciera exhibiéndolas en La Plata cuando era gobernador.
Además, el flamante contacto del BCIU hizo lobby para María Julia Alsogaray. Tal como lo definen quienes han estado en vinculación con él, Rotsztain “es Zelig”, refiriéndose al personaje creado por Woody Allen que casi sin saber de qué manera siempre aparecía cerca a figuras históricas y políticas de primer nivel.
El otro contacto del BCIU en la Argentina que tendrá Macri para seguir sus negocios gestados entre donas y cafés en Nueva York es nada menos que Darío Ventimiglia, otro hombre de negocios que el gobierno tiene bien escondido por su pasado. En agosto del año pasado fue imputado junto al empresario Edgardo De Grazia por presuntas maniobras ilícitas realizadas en 2010 en Panamá. Más precisamente, junto a De Grazia se encargó de hacer llegar importantes coimas a funcionarios del país centroamericano para que aprobaran la instalación, mantenimiento y financiamiento del sistema de cartografía digital de ese país bajo la firma Telespazio Argentina SA.
El fiscal federal Franco Picardi los imputó luego de presentar pruebas específicas de que el gobierno panameño firmó tres contratos con tres empresas que forman parte del grupo económico italiano Finmeccanica SPA. Uno de ellos fue suscripto con la compañía de Ventimiglia, una contratación que data de agosto de 2010 y preveía el pago de 15.765.875,01 euros. En el caso incluso está involucrado el ex presidente de Panamá, Ricardo Martinelli Berrocal. Según el contrato celebrado el 24 de noviembre de ese año, Telespazio Argentina SA habría abierto una sucursal en Panamá. Junto a las demás empresas “subsidiarias” habrían abonado las coimas “simulando pagos de comisiones a la firma Agafia Corp. por su presunta actuación de agente comisionista en la ejecución del contrato”, tal como indica el dictamen. Agafia es una sociedad panameña que se constituyó en 2010, un mes y medio antes de que se suscribieran las contrataciones entre el Estado panameño y las compañías del grupo Finmeccanica.
En su reciente viaje a los Estados Unidos, Macri asegura que aprovechó el encuentro con empresarios para abrir la economía nacional a una agenda de negocios en rubros como turismo, alimentos, servicios, energías renovables y comunicaciones, lo que en principio ayudaría a “reducir los niveles de pobreza, bajar el déficit fiscal e insertar a la Argentina en el mundo”. Apuntando hacia esto Macri participó de un encuentro en el edificio Park Avenue, sede del Council of Americas, con la CEO Susan Segal, con quien compartió un té para analizar la economía regional y felicitar a Macri por su “liderazgo transformador”. Seguramente Segal no visitó los barrios más humildes de la Capital Federal, el Conurbano Bonaerense e incluso de las provincias argentinas que se han visto perjudicados con las políticas neoliberales que aplica sin cesar el macrismo. Justamente a fines de agosto pasado Segal subrayó que “tengan paciencia, las inversiones llegarán”, en la apertura de la conferencia 14 del Consejo de las Américas en la Argentina. La misma promesa infundada de Macri ahora en palabras de los mismos que muestran el camino internacional hacia la centralización de los negocios en manos de los más ricos. Susan Segal viaja por Latinoamérica desde 1976, año en que comenzará la última dictadura cívico-militar. Primero comenzó como banquera, luego como inversora de riesgo y finalmente como CEO. Es por ello que conoce a la perfección los caminos que debe allanar para producir impactos en los países con cambios de políticas significativas como la Argentina. En su última entrevista con La Nación, en agosto de este año Segal explicó que «para los empresarios, la agenda es invertir donde se ve que las reglas son claras, transparentes, que es fácil abrir el negocio, invertir, que el Estado está tratando de modernizarse y, más importante, donde se ve un país con trayectoria de crecimiento y un entramado social estable».
Declaraciones algo encontradas con la llegada de inversiones a la Argentina porque precisamente el país de Macri no muestra ninguna señal de estabilidad social, a pesar de que los medios de comunicación oficialistas hagan lo imposible por plantar este escenario imaginario. La comitiva oficial de Macri en Nueva York estuvo compuesta por la primera dama Juliana Awada y los gobernadores de Córdoba Juan Schiaretti, de Entre Ríos Gustavo Bordet y de Santa Fe, Miguel Lifschitz. Pero lo más preocupante para el pueblo argentino fue la participación de los CEOs de las multinacionales Globant y Accenture, dos empresas que los norteamericanos exhiben como modelo de capitalismo laboral en la Argentina y que son precisamente dos de las compañías más cuestionadas por sus empleados por las presiones y las reducciones de los derechos laborales. Las relaciones políticas del macrismo empiezan a mostrar al menos la punta del iceberg que esconde la reforma laboral que impulsa el gobierno con ansias de conseguir el apoyo del Congreso Nacional.
Otro de los partícipes de los encuentros de la caravana macrista fue el reconocido banquero William R. Rhodes, ex vice chairman de las empresas Citigroup y Citibank, y actualmente presidente emérito del Council of the Americas. Aunque cueste creerlo, Macri busca confianza en uno de los hombres más poderoso que tuvo el grupo Citibank, uno de tantos bancos beneficiados con las crisis argentinas y que puntualmente con la llegada de Macri al poder decidió abandonar el país, vendiendo la cartera de clientes de personas en su totalidad al banco Santander Río. En esta decisión de sólo resguardar la parte corporativa de la empresa en la Argentina, los bancos Citi pasaron a la firma española con el propósito de cerrar varias sucursales y generar despidos, pero dado el malestar social por los masivos despidos generados por Cambiemos y las presiones gremiales, finalmente los despidos fueron reducidos o convertidos a jubilaciones adelantadas o retiros voluntarios bajo silencio. Rhodes fue quien fue el encargado de anunciar que Macri recibiría el mayor reconocimiento que entrega la organización de la forma parte, aseguró que la Gold Insigne sería entregada a Macri por “reinsertar a la Argentina en la economía mundial”. En dos cortos años, dijo Rhodes al confirmar el premio, Argentina se ha convertido nuevamente en un destino importante para la inversión extranjera directa y señaló el liderazgo de Macri en los próximos meses mientras Argentina se prepara para ser anfitriona de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio en diciembre y también para asumir la presidencia del G20 mismo mes.
Una relación similar es la que busca Macri con Jack Rosen, un ex líder empresario, y reconocido por ser voz principal de la comunidad judía en los Estados Unidos. Forma parte de los empresarios que pusieron el grito en alto con la muerte del fiscal Alberto Nisman, y hoy forman parte de un equipo de “amigos cercanos” que harán lobby para ubicar al presidente Macri más cerca de los empresarios y las inversiones que muevan la aguja financiera en la Argentina, más que de mostrar un acercamiento entre los países. El objetivo es generar un libre comercio en el que las empresas multinacionales puedan ejercer un control más dictatorial sobre los empleados y a su vez puedan lograr un mayor control de los servicios que los argentinos deben pagar ante la falta de un Estado que sea juez del desarrollo empresarial. Es retomar el viejo camino del “dejar hacer” a la economía con la mirada en un natural acomodamiento de los procesos sociales y económicos, políticas que poca felicidad le ha traído en las últimas décadas a los países latinoamericanos y del Caribe.
Estos hombres y mujeres de negocios coinciden plenamente en la forma de pensar y expresarse para con la Argentina. El país de Macri es una mina de oportunidades que algún día -vaya a saber cuándo- recibirá una cantidad de inversiones tales que producirá un crecimiento descomunal del mercado financiero. Tras dos años de gobierno macrista esto cada vez está más lejos de ser una realidad, porque la realidad del día a día se palpa en la calle, en la falta de trabajo y la reducción de puestos de trabajo, en las madres que no pueden darle de comer a sus hijos, en los más ricos diciendo que los pobres molestan, en decir que el país se abre al mundo para ser competitivos, pero cerrarse hacia adentro. Amar a los empresarios y hostigar a los trabajadores, una vieja receta que el liberalismo aplica en América Latina desde siempre y que ahora con el apoyo del voto popular en las urnas planea una gran avanzada de la que países como Brasil y Argentina son los principales objetivos. ¿Inversiones? Los sueños de los amigos de Macri en realidad deberían llamarse explotaciones.