Detrás de una alegría popular que es pero también parece más de lo que es, gracias a la TV y al complejo mediático que abonan al negocio de la alegría popular, existen algunas cuestiones que merecen cierta atención, se esté de acuerdo no con lo que aquí se ensaye afirmar: un Jorge Sampaoli, que quiere explicarnos cómo es que al pobre Messi el fútbol le debe un Mundial (nadie le debe nada, él bien que se cobra hasta la los calzones que usa); la propia superestrella que, tras meses de no dirigirse a la prensa la prensa argentina – a la europea sí porque así se lo exiges a él y al resto del plantel sus respectivos clubes – apela a una supuesta corresponsabilidad de todos y cada uno de los argentinos a la hora de ganar – «si todos vamos de la mano va a ser mucho más fácil» –, dejando de lado que sólo juegan y ganan dineros que pone el pueblo futbolero, que paga entradas, ropas de marcas y TV para verlos; ellos, los jugadores repito, y esos señores que embolsican millones por saltar y gritar como energúmenos al costado de las canchas con el escudito de DT, y la prensa y…y tantos otros que forman parte de esta mercancía mágica pero mercancía al fin que se llama fútbol. También algunas ideas respecto de los “putos periodistas” y acerca de cómo ese planeta (fútbol) parece un océano inteligente – como un cerebro al estilo de Solaris, la novela del polaco Stanisław Lem, llevada al cine varias veces pero una magistral, a cargo del entonces soviético o Andrei Tarkovsky -, pero desde el cual no se reflexiona sobre el yo entre los otros sino que, en forma anónima o con nombres y apellidos también, se va tejiendo un discurso de mal oliente carácter fascistoide.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Terminó. Tres a uno. ¡Viva! Una de las tantas voces habituales de los programas de gritos y opiniones como las que se vierten en cualquier esquina pero encubiertas tras el apelativo de periodismo deportivo, en TyC Sports, lanzó con cara de póker, que el partido había sido “raro”. Qué querés decir, le espeto otro vociferante, qué lo ecuatorianos jugaron para atrás; y el programa continuó. Estábamos ya en el Mundial de Rusia, casi orgásmicos ante Messi y sus tres goles como en el Barcelona, todos celebraban porque para el mundo mediático y sus personajes ser o no ser, estar o no estar en la competencia, no es todo lo mismo; por la positiva la bandita que es grande y corporativa participa en un gran negocio. Pocos, muy pocos, se animaron a recordar que Argentina le ganó a una formación muy por debajo en pergaminos e historiales respecto de la de la AFA – la asociación de clubes y barrabravas -; de emergencia, poco experimentada, sin dirección técnica, con sus apenas contables figuras fuera o casi fuera, y además ya al margen de toda competencia. No importa. Calladitos, que Messi garpa.
Pero ahí nomas, para el mismo tiempo, llegó el video de vestuarios en el que los jugadores de la Selección, algunos de los dirigentes y hasta empleados de prensa, le “dedicaban” el triunfo en un cantito de tribuna a los “putos periodistas”, a los cuales los ahora victoriosos les habían retirado la palabra hacia tiempo, hay quienes dicen que por las críticas, otros porque se ofendieron cuando alguno acusó a uno de ellos de clavarse un porro, o cosa parecida. En fin, rencillas y broncas de baños y cortinados al interior de una misma formación cómplice y corporativa. Qué se arreglen entre ellos, no sin antes dejar en claro y avisar a las bestias que, si fuese puto, para nada me sentiría insultado por apelativo; eso sí, nunca gay porque, como dicen, eso suena a gorila.
Pero sí es grave (y una vez más), el carácter de la dedicatoria, por cierto justificada (y una vez más) por la corporación, bajo el manto maldito de los “códigos”, del “vestuario”, y otras porquerías de los usos y las costumbres fascistoides, a veces contra los bolivianos, otras contra los paraguayos, muchas siempre contra “los negros”, contra los judíos, contra los gitanos, contra las mujeres, contra los pobres, contra los homosexuales, contra las lesbianas; contra los travestis contra quien fuere. El asunto es discriminar, el asunto pasa por descargar la ira y el odio clasista y machista de vaya a saber uno cuántos dolores viscerales de las almas propias contra los otros; que así siempre comienza y terminan las retóricas de la violencia y la violencia misma de los cuerpos, aquí y allá porque por otras tierras la maldición va dirigida al musulmán, por ejemplo, al no blanco como categoría del mal. Maniobra y volteretas de los militantes de la supremacía del odio.
Y de eso vive el fútbol, que no se oculte tras las códigos y la “alegría popular”, porque se comporta como un planeta cerebro, pero al revés que el del océano de Solaris, la novela del polaco Stanisław Lem (1961), llevada al cine varias veces pero una magistral, a cargo del entonces soviético o Andrei Tarkovsky (1972): un gigantesco planeta – mar insondable y protoplasmático, vivo e inteligente, es decir con lenguaje y por lo tanto creador de misteriosos signos, de mutables significados, autogenerados; como sucede, parece, aunque en versión perversa, en el este planeta de la pelota mercancía que se piensa a sí mismo, expresándose con una idioma que inventa de noche para vomitarlo de día, como para disparar al blanco de ciertas tradiciones intelectuales, por necesidad, y proclamar que efectivamente en él la palabras dicen lo que sus enunciadores piensan y creen, porque son palabras traicioneras que emergen tras las trastiendas de la llamada no conciencia, porque ni siquiera se escabullen entre el chiste. Sí: vomitan miedo, amor al poder, fetichismo mercantil y odio. Es decir, casi fascismo.
(*) Periodista, escritor y docente universitario. Doctor en Comunicación por la UNLP. Titular de la Cátedra II de Historia del Siglo XX, en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Director de AgePeBA.