Despedimos con un hasta siempre al amigo y gran colega cubano, al presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Para ello reproducimos un texto enviado desde La Habana por otro José Dos Santos, compañero de incontables jornadas periodísticas, compatriota de Antonio Moltó Martorell e histórico de la agencia Prensa Latina y de otros medios y ámbitos de la comunicación y la prensa por un mundo más justo.
Más que periodista atento al pulso de la vida política y social en que transcurrió la suya, este hermano que acaba de incorporarse al sagrado recinto de los recuerdos imborrables fue –y su ejemplo seguirá siéndolo- un extraordinario ser humano, con tantas luces en su quehacer que no hubo ni habrá sombras que las opaquen.
De él se podrán llenar –y así debe hacerse– muchas cuartillas de valoraciones profesionales, éticas y de actitudes y acciones revolucionarias que cuajaron sus 74 años de vida pero entre ellas no faltarán las que le ponderen como el criollo que entre bromas y actitudes verticales nunca escatimó una mirada atenta a los problemas humanos de los que le rodeaban.
El intentó siempre llevar a la práctica, en acciones concretas, la muletilla formal de muchos cuando recomendaba a los demás cuidarse la salud, aunque muchas veces no fuera el mejor ejemplo, entregado por completo a sus misiones.
Nunca faltó el gesto afable, aún en circunstancias complejas, para limar asperezas y salvar escollos que el día a día le hizo enfrentar. Fuerte de carácter, este rasgo necesario en todos los tiempos no fue obstáculo para ser fraterno y camaraderil, e incluso cariñoso –y no solo con las damas.
Era de los que se interesaba por los detalles, le daba seguimiento a los asuntos y buscaba fórmulas para solucionar los problemas, un buen ejemplo para la prensa cubana a la que le entregó todas sus energías creativas, tanto desde su inicial y entrañable Santiago de Cuba hasta la cúspide de su Unión de Periodistas de Cuba cuya presidencia asumió ya estando enfermo y representaba un nuevo paso al frente en los mandatos que la vida y la Revolución le reclamó.
No me caben en el pecho los sentimientos por la muerte física de ese hermano entrañable. Se me unen a la admiración y profundo afecto de muchos años el pesar por no contar más con sus inesperadas llamadas preguntándome “¿Cómo estás Pepe?
Pensaré en él, con más frecuencia que la que él pudo suponer, cada vez que haya que dar una nueva pelea por el periodismo y sus hacedores, por nuestra Patria y su Revolución, porque suyo es de los ejemplos que nos convocan a no flaquear en la lucha y pelear, pelear hasta el fin, no sólo por nosotros, sino sobre todo por los otros.
Hasta siempre, hermano.