Un ensayo muy anclado en el caso Venezuela y como se actúa allí contra las instituciones democráticas pero interesante y debatirlo como cuerpo informativo y de ideas para pensar la cuestión en una dimensión mucho más amplia, toda vez que tanto lo etario como lo comunicacional y lo tecnológico componen universos determinantes en tiempos de reflexión y práctica sobre lo político.
Nacidos entre 1982 y 2004 (las fechas exactas varían según la definición), la generación del Milenio o millennials le dedica a las redes sociales unas 25 horas a la semana, según la consultora Forrester Research. En contraste con los jóvenes de generaciones anteriores, la actual es la primera generación que, para lograr su independencia, suele contar con la dependencia de las nuevas tecnologías.
Eso no significa incoveniencia. Los investigadores holandeses Jeroen Boschma e Inez Groen han propuesto la categoría de “generación Einstein” para aludir a este macro-grupo y esgrimen sobrados argumentos para fundamentar el respeto y la admiración que les despiertan los jóvenes contemporáneos: conocen como nadie las reglas del marketing, miran películas como semiólogos, analizan anuncios como publicistas y siguen sin dificultad alguna la complejidad de House of Cards y de Lost.
Estos jóvenes se despliegan en un universo simbólico donde sus padres y los adultos que los rodean –“inmigrantes digitales”– no entran más que para balbucear torpemente. Más rápidos y más inteligentes, se mueven como pez en el agua en el ciberespacio sin pedir permiso a los mayores, y cada uno de ellos es un medio de comunicación en sí mismo, que absorbe y distribuye información. Como norma, confían más en las recomendaciones de amigos y en los comentarios de las redes sociales, donde “el mundo real es mucho más pequeño que el mundo de la imaginación”, como diría Nietzsche.
En una primera mirada, daría la sensación de que la red puede convertir inmensos territorios en aldeas utópicas y, al hacerlo, concretar el sueño de la decisión colectiva e instantánea de todos los ciudadanos. Pero conviene andar con cuidado. El bien común, fin último de cualquier sociedad democrática, no es nunca la simple suma de los puntos de vista individuales. La democracia exige procesos de deliberación que llevan cierto tiempo y que requieren un desplazamiento de los individuos del espacio privado al espacio público, donde se reconocen libres e iguales y se convierten en ciudadanos. Las redes virtuales son redes de convocatoria pero no redes de compromiso a largo plazo. Pueden ser redes detonantes de procesos, pero también neutralizar procesos porque muchas veces no convocan a la acción sino a la pasividad y al facilismo de la comunicación virtual. Por tanto, las nuevas tecnologías pueden ayudar a conectar, pero también aislar y reforzar la dispersión. O pueden conectar al individuo social y culturalmente, pero no políticamente.
Simon Sinek, profesor de Comunicación Estratégica de la Universidad de Columbia, asegura que no existe constancia de que los millennials hayan nacido y crecido con los valores del civismo y la responsabilidad.
Salvo en sus preferencias tecnológicas, rara vez se identifican con alguna aspiración política o social. Su falta de vinculación con el pasado y su aparente indiferencia hacia el mundo real y hacia el futuro, las describió la revista Time, que los bautizó como La generación del yo-yo-yo.
El filósofo de la “modernidad líquida”, Zygmunt Baumann, observó que el sello identitario le viene asignado al millennials casi como una tarea: cada uno tiene que crear su propia comunidad. Pero las plataformas tecnológicas donde cohabitan no crean comunidad, sino redes -dos conceptos muy diferentes:
“La soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización. En las redes es tan fácil añadir amigos o borrarlos que no necesitas habilidades sociales. Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara”, dijo Baumann en una entrevista con El País.
En cualquier caso, estos jóvenes son a la vez protagonistas y víctimas de la era digital. Son consumidores en la red y portadores de una nueva cultura, pero también objeto de manipulación y de exhibicionismo de la violencia, como está ocurriendo con muchos de ellos en Venezuela.
Estudio de caso en Venezuela
En la pantalla aparece un grupo disfrazado de “guarimbero”, el uniforme de un ejército de jóvenes violentos que lleva máscaras y mortero rústico. Su símbolo es un águila calva con las alas extendidas. Se autotitulan “La Resistencia”. El líder declara que la libertad para ellos significa “ni democracia ni socialismo” (sic), que lo suyo es “cero diálogo” (sic) . Irán a por ello como sea, advierte en el comunicado transmitido por Facebook, Youtube, Twitter, Instagram y su página web:
“Así abran el canal humanitario, así reconozcan a la Asamblea (Nacional), así liberen a los presos políticos, así retiren la Constituyente, pondremos fin a la Revolución bolivariana e instauraremos juntos la República de Venezuela, cueste lo que cueste.”
Esta disposición de ánimo ha costado la vida a más de cien personas. Casi 30 venezolanos hasta el día de hoy han sido quemados vivos, incluidos cuatro integrantes de estos grupos que perecieron cuando los artefactos incendiarios que utilizan en las protestas reventaron en sus propias manos.
Roderick Navarro, el único que aparece sin máscara en el vídeo y que se autotitula coordinador nacional de Rumbo Libertad, se presenta como el capitán de uno de estos movimientos de “jóvenes sin futuro” (sic), que no reconocen ni a la oposición ni al chavismo, y que están dispuestos a llevar la “libertad” a Venezuela a más tardar en una semana, en la calle y por vías violentas.
Toma prestado casi todos los elementos del nacionalismo extremo: el racismo, la xenofobia, el desprecio a la opinión diferente, la represión y el terror. Manifiesta sin disimulo una mentalidad antisocial y una autopercepción de supremacía respecto al resto de los grupos de la sociedad, incluidos los opositores “dialogueros”, con total desprecio hacia los derechos de los otros.
Por supuesto, no puede vivir sin el exhibicionismo mediático. Una y otra vez repite este discurso en los canales de televisión y en las redes sociales. Es evidente que sabe “qué” quiere, pero jamás explica “para qué” lo quiere ni qué hay más allá del horizonte para sus jóvenes seguidores.
Como se puede observar en la página de Rumbo Libertad, en la mayoría de las imágenes y titulares que acompañan las noticias aparece Roderick Navarro, que no disimula su afán de protagonismo.
El objetivo a corto plazo se reitera también, una y otra vez, en las imágenes que divulgan y prolongan la violencia simbólica. En la cuenta personal de Roderick Navarro en Twitter, aparece el siguiente cartel de “los sin futuro”, que es toda una declaración de principios:
Nótese que han superpuesto la imagen de un joven con una pistola a punto de disparar — el elemento central de la composición — sobre la iconografía del líder bolivariano Hugo Chávez, en uno de los afiches de la Juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Nótese que han superpuesto la imagen de un joven con una pistola a punto de disparar — el elemento central de la composición — sobre la iconografía del líder bolivariano Hugo Chávez, en uno de los afiches de la Juventud del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Con estas credenciales, Rumbo Libertad se presentó ante los ex presidentes latinoamericanos que asistieron a la encuesta que la oposición venezolana organizó el pasado domingo. El grupo, reunido con Andrés Pastrana (Colombia), Laura Chinchilla (Costa Rica) y Jorge Quiroga (Bolivia), vivía su minuto de gloria, que lo usó irresponsablemente para dotar de más combustible internacional al discurso de odio contra el gobierno del Presidente Nicolás Maduro.
Pero, ¿cuál es el ideario de estos jóvenes? ¿Qué los sostiene? El discurso que proyectan, como se aprecia en el video, tiene una elaboración intelectual baja, enfocado casi exclusivamente en la instantaneidad. Pueden alcanzar su objetivos “sin retrasos ni vacilaciones”, dicen.
No ofrecen explicaciones, sino más bien actúan, se presentan e intentan imponer una conducta. “La lucha no es para resolver los problemas de los políticos”, única frase que se acerca a un por qué. Su punto de vista central es el combate y no las ideas, y no solo lo expresan verbalmente, sino que lo refuerza la estética “guarimbera” que los diferencia del resto de sus contemporáneos en el mundo, aunque copian los escudos de las protestas en Ucrania, las capuchas del ISIS y los cócteles molotov de los terroristas de medio mundo. Emulan con los neonazis, que buscan ejercer la violencia “solo porque es una muestra de que ellos son superiores”, como los describe Ximena Tocornal, de la Universidad Diego Portales, de Chile:
“Para los neonazis este mundo está dividido entre los que son como ellos y el resto e incluso consideran que más abajo hay otra clase de personas, que son quienes no debieran existir simplemente. Se justifica en su lógica denigrar, maltratar e incluso exterminar a esos individuos para dentro de su marco normativo, salvar al mundo de esta especie de inferiores.”
En otras palabras, la utilización de la violencia en el eje de su actuación es el rasgo más característico de estas bandas. La utilizan tanto para amedrentar a los demás, como para hacerse propaganda y para captar adeptos. Comparten de hecho algunos rasgos que se aprecian en grupos violentos en Venezuela.
Normalmente “salen de caza”, sobre todo a partir de los llamados a la desobediencia civil, los trancazos y las convocatorias a paros y protestas de la oposición.
Cuando atacan lo hacen siempre en grupo no mayores que el que aparece en el video de Rumbo Libertad y ejercen la violencia contra personas aisladas o grupos en desventaja. Como ocurrió con el linchamiento a Orlando Figuera en Altamira, en Caracas, el pasado 20 de mayo, buscan los objetivos más fáciles.
A veces atacan a personas o grupos escogidos, pero otras al primero que se encuentran, o que les mira, o que viste de una manera que no les gusta, o a quien le resulta más fácil. Es el caso de Carlos Ramírez, que fue golpeado y quemado solo por su apariencia a la salida del Metro de Altamira, en Caracas, el 17 de mayo.
Pretenden crear “zonas francas”, en las que atacan a cualquiera que les desagrade, como ocurre en ciertos lugares del Este de Caracas o en sitios localizados de Anzóategui, Valencia y Carabobo y ha documentado Red58.org. A las personas que viven en estos lugares se están dirigiendo campañas publicitarias antigubernamentales, segmentadas específicamente para los jóvenes que viven en esas zonas.
Cuando atacan lo suelen hacer a traición, por la espalda y en grupo. Utilizan de entrada una enorme violencia. Pelean siempre varios contra uno. Pegan a la víctima en el suelo y buscan causar el mayor daño físico posible, con el mínimo costo para ellos. Lo filman todo para colocarlo inmediatamente en las redes sociales. Luego huyen rápido.
La violencia, aunque a simple vista pueda parecer ciega e irracional, forma parte de una estrategia política, aunque esta tenga una perspectiva cortoplacista. Con ella pretenden conseguir varios objetivos: por un lado, es su principal arma de propaganda y les sirve también para atraer a sus bandas a adolescentes frustrados que se sienten superiores dentro de un grupo que intimida a los demás -es interesante que en el comunicado de Rumbo Liberatad, el líder del grupo dice: “ Los verdaderos patriotas no tenemos nada que ceder y por eso no infundimos frustración”. Por otro, quieren generar miedo entre los que consideran sus objetivos (chavistas, izquierdistas, comunistas y otros grupos opositores opuestos a la violencia).
La actuación violenta está diseñada para contribuir a crear un clima de inseguridad general y de enfrentamientos, que les permita presentarse como la opción política que ofrece la restauración del orden (su “nuevo orden”), porque como dice Roderick Navarro en su video “somos más fuertes”.
Pero lo que articula todas estas premisas es la condición de secta, cuyo denominador común es el grupo etáreo, los millennials. Sus integrantes son individuos de edades que oscilan entre los 13 y hasta 30 años, con preferencias en quienes no superan los 18 años. Estos son los que usualmente aparecen en la primera línea de combate, los más agresivos, aquellos a los que los mayores manejan y utilizan en sus ataques porque, al ser adolescentes, comparten la cultura del videojuego con altas dosis de tolerancia hacia los escenarios violentos, y sus delitos tienen menos complicaciones legales.
Como se aprecia en este estudio de caso, los grupos en realidad tienen una limitada militancia activa. En el video, la cámara proyecta un plano cerrado porque “el escuadrón de la Resistencia” no supera los 40 integrantes, a pesar del esfuerzo por aparentar masividad y reiterar que son los “verdaderos patriotas” y “los legítimos representantes del pueblo venezolano”. Eso sí, tienen un cordón umbilical con los millares de millennials de su país, con quienes comparte la edad, el discurso excepcionalista, el móvil a toda hora y el apasionado discurso de enfrentamiento a la autoridad.
Solo que la pasión no mata, pero el odio sí. Los que se deciden a matar, lo hacen por odio, no por amor. Y obviamente, si tenemos en cuenta a los expertos que intentan explicar qué ha pasado en el universo de la cibercultura, hay una gran diferencia entre los millennials a lo Roderick Navarro y todos los demás que en Venezuela prefieren vivir en paz.
Texto tomado de Cuba Debate