Que la corrupción aquí y allá existe es un hecho incontrastable, como lo es que no hay capitalismo sin acciones corruptas. Que una de las victorias ideológicas y políticas de la era de las dictaduras consistió en que las prácticas profesionalistas y corruptas de la política infectasen a amplios sectores del llamado campo popular y democrático también es verdad. Sucede que el el poder global concentrado almacena y almacena esos datos y los usa a su antojo y necesidad. En Argentina, pero sobre todo en Brasil, por su espesor -es la sexta economía del mundo- la estrategia de Estados Unidos, sus corporaciones y sus CEOs locales pasa por demostrar que son “estados fallidos” que no se pueden gobernar y que para eso están ellos, con la definitiva colaboración de poderes judiciales colonizados y personeros como un tal Mauricio Macri; tan sólo un triste ejemplo.
Por Cecilia Valdez / Odebrecht es, según su página web, una «organización global de origen brasileño dedicada a negocios diversificados en tres grandes sectores: Ingeniería y Construcción, Industria, e Infraestructura y Energía». La empresa opera en 23 países y exporta a 70 mercados. De los tres principales negocios de la empresa con Argentina, el que está en el ojo de la tormenta es el soterramiento del tren Sarmiento. Los otros dos, la ampliación del Gasoducto del Sur y las obras de saneamiento del Paraná de las Palmas, ya están casi concluidos.
El pasado diciembre, en el marco de las investigaciones judiciales sobre corrupción en política llevadas adelante por jueces de Brasil y conocidas como Lava Jato, expuso al de Odebrecht como uno de los casos más resonantes en materia de corrupción en todo el mundo: el escándalo incluye pagos de coimas y sobornos por parte de esa constructora brasilera a funcionarios de varios países, entre ellos a un número aun no conocido de ellos en Argentina, tanto pertenecientes al gobierno de Mauricio Macri como al de administraciones anteriores.
En el candelero está ya que la Justicia de Brasil envié información sobre las derivaciones locales de la Operación Lava Jato vinculadas al soterramiento del tren Sarmiento, luego de que la empresa constructora reconociera el pago de coimas a funcionarios del gobierno nacional durante la gestión anterior. Bajo la lupa están, entre otros, el ex ministro de Planificación Federal, Julio de Vido y Ángelo Calcaterra, ex dueño de la empresa IECSA y primo del actual presidente Mauricio Macri.
Fue el portal de noticias O Estado do Sao Paulo, el que reveló las vinculaciones de Calcaterra con el caso, luego de acceder a un documento oficial de la investigación sobre los sobornos de Odebrecht. «La información surge especialmente de e-mails obtenidos por la Policía Federal de Brasil durante la investigación. Las pruebas que comprometen a Iecsa aparecieron en correos y anotaciones obtenidas del back up de la computadora de Mauricio Couri Ribeiro, ejecutivo de Odebrecht en la Argentina durante gran parte del kirchnerismo. Allí, el empresario dejó asentado que un representante de Iecsa, de nombre Sánchez Caballero, mantuvo reuniones para tratar el pago de coimas a funcionarios argentinos. Javier Sánchez Caballero es un gerente de Iecsa. Los sobornos, según la investigación, estarían destinados a funcionarios kirchneristas», informó el diario Perfil.
Los documentos que podría enviar la Justicia de Brasil serán recibidos por la Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó y en teoría, deberán mantener su carácter de confidencial. Si bien desde IECSA negaron cualquier tipo de vinculación con los sobornos y el presidente busca a toda costa «cuidar» a su primo del escándalo, queda claro que es muy difícil un espacio político (sea el kircherismo o el macrismo), pueda salir exento de la situación perjudicando al otro.
Pero dejemos las internas para otro análisis. Por lo pronto, la cuestión se enfoca en las modificaciones de las relaciones bilaterales entre Argentina y Brasil que pueden derivar a partir del caso Odebrech. ¿Se modifican para bien o para mal los vínculos entre los países? ¿Por qué?
En primer lugar, para responder a esos interrogantes, es necesario detenerse en el rápido y cambiante escenario político de cada uno de los dos países. Brasil viene de destituir mediante un impeachment a Dilma Rouseff, tras ser acusada de manipular las cuentas públicas. La primera mandataria mujer fue “golpada”por un ahora tambaleante Michel Temer, recientemente acusado de otro caso de corrupción.
La crisis política que atraviesa Brasil -y que por supuesto, repercute en su economía, que desde el segundo mandato de Rousseff viene en declive- es tan inmensa que en el último tiempo se ha especulado con la casi inmediata salida de Temer del gobierno, más allá de sus implicancias en escándalos de corrupción.
De hecho, el medio argentino la Política Online aseguró que los ex presidentes y líderes de los tres partidos más importantes de Brasil, PMDB, PSDB y PT, Fernando Henrique Cardoso, José Sarney y Lula da Silva, negocian esa salida. «La urgencia obedece a que es muy probable que el Supremo Tribunal Electoral de Brasil declare nula la elección de la fórmula Dilma Rouseff-Michel Temer el próximo 6 de junio, por haber recibido aportes ilegales. Esto terminaría en los hechos, el mandato del actual mandatario», consignó el portal informativo.
En tanto, en Argentina, la llegada de Mauricio Macri al poder vino a terminar con doce años de gobierno kirchnerista. Representantes del mundo de las finanzas y las corporaciones se encuentran ocupando cargos públicos gracias al voto popular y no como la historia de ellos mismo lo indica, a través de golpes de Estado.
Despidos, tarifazos, ajuste, negocios y beneficios con y para las grandes corporaciones, y grandes tomas de deuda en el extranjero están a la orden del día. Algo está claro: quieren reducir el rol del Estado en la toma de decisiones sobre los destinos de la Patria, especialmente en materia económica, para volver a aquella concepción de la mano invisible. Asignarle un papel preponderante a los mercados es la idea.
Aquí el primer interrogante: ¿Puede Brasil con su crisis política y económica seguir siendo el principal socio comercial de Argentina? Está claro que sí, al menos des la mirada locales, pues para Argentina es difícil pensarse a sí misma fuera de una relación privilegiada con Brasil, tanto por los efectos locales, regionales e internacionales que ese entramado tiene; y aquí valen algunas consideraciones sobre el Mercosur, su presente y su futuro.
EL Mercosur en la mira
El Mercado Común del Sur (Mercosur), fundado en 1991 por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, había desarrollado en los últimos años una política de integración regional, que se vio reflejada en la creación de la UNASUR en acuerdo con la Comunidad Andina. El objetivo de la Unión de las Naciones Suramericanas no se centra sólo en los aspectos de vinculación económica, sino que se propone fortalecer el diálogo político entre sus miembros , superar las desigualdades y consolidar una identidad suramericana, entre otras cuestiones.
Sin embargo, es evidente que tanto el Brasil de Temer y sus socios como la Argentina de Macri y la derecha que ríe y canta, buscan abandonar la lógica de integración político-regional para volver a los orígenes del Mercosur basado en vinculaciones puramente arancelarias, al ritmo de la distribución del trabajo de las corporaciones.
El lobby por la expulsión de Venezuela debe ser leído en éstos términos. Una de sus impulsoras fue ni más ni menos que Susana Malcorra, la ahora ex canciller argentina, quien en su momento y como representante del Estado argentino, también evitó respaldar a Rouseff.
Incluso, hay otro dato que no es menor y que va en sintonía con esta nueva política: el refuerzo de las alianzas estratégicas entre los dos países para fortalecer el comercio internacional y las relaciones bilaterales. Según, una nota publicada el 1 de junio en La Nación, Brasil prevé aumentar la compra de trigo a la Argentina en torno a un millón de toneladas. «En el último año calendario, Brasil compró en la Argentina 3,98 millones de toneladas del cereal. El país cubrió el 58% de sus importaciones totales. Ahora, la previsión es que el socio mayor del Mercosur se lleve cinco millones de toneladas, lo que representaría un millón más. En el caso de la harina, la proyección es que Brasil compre acá unas 600.000 toneladas, lo que representaría casi duplicar sus compras sobre las 351.007 toneladas del año pasado. Algunos datos muestran el mayor empuje de Brasil. Entre enero y marzo de 2017, el vecino país importó 1.663.957 toneladas de trigo, y de ese volumen la Argentina le proveyó 1.322.915, casi el 80%. Con ese nivel, el país recuperó su participación histórica en Brasil. En volumen, la Argentina incrementó en 497.000 toneladas, o un 60%, su colocación del cereal. En tanto, por el lado de la harina en el primer trimestre del año se exportaron a ese mercado 91.139 toneladas, con lo cual la Argentina cubrió con ese volumen el 88% de la necesidad del producto en Brasil. Desde la Argentina el salto en las ventas fue del 43 por ciento», informó el matutino y agregó declaraciones del ministro de Asuntos Agrarios bonaerense, Leandro Sarquis: «Brasil se comprometió a seguir comprando y a comprar ahora un poco más.
Otro dato es el reciente lanzamiento de la plataforma digital «Connect Americas», tal como publica en su edición del miércoles 31 de mayo el diario Clarín. «La comunidad de negocios online entre Argentina-Brasil aspira a que ´las pymes de ambos países puedan concretar alianzas estratégicas y generar negocios que permitan fortalecer el comercio bilateral´», consigna el matutino y agrega: «los empresarios coincidieron en la necesidad de eliminación de barreras paraarancelarias entre Argentina y Brasil, y la reducción de costos». La presentación se hizo en el marco de un seminario organizado por la embajada de Brasil sobre el comercio entre las pymes de ambos países y estuvieron presentes miembros de la Cámara de Comercio Argentino Brasileña (CAMBRAS) y de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME). Aquí hay un detalle que no es menor: Tanto las Cámaras empresariales de San Pablo como las de Argentina (con la UIA a la cabeza) se han llamado al silencio por el caso Odebrecht. En política, se sabe, el silencio no es inocente.
La lógica de los Estados Fallidos
Noam Chomsky publicó en 2007 el libro «Estados fallidos – El abuso de poder y el ataque a la democracia». Allí retomaba aquel concepto de los años ‘90 que justificaban la injerencia estadounidense en diversos países del globo en nombre de la «humanidad» y acusaba a Estados Unidos de ser él mismo un Estado fallido.
Cuando el lingüista y militante estadounidense publicó ese texto, América Latina se encontraba en el apogeo de su integración. La Unasur ya había sido creada y había una serie de gobiernos que reforzaban la integración regional: Néstor Kirchner en Argentina, Lula Da Silva en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela y Rafael Correa en Ecuador, por ejemplo.
Al calor del final de esos mandatos, con sus vaivenes políticos en el medio que incluyeron por ejemplo, un golpe de estado en Paraguay, y casi una década después, la injerencia de Estados Unidos estaba lista para un nuevo zarpazo en Latinoamérica. La operación consistió en deslegitimar a aquello gobiernos y procesos democráticos e inclusivos, reformistas contra el neoliberalismo, podría afirmarse, y para ello apelaron a una artimaña de la retórica política reproducida hasta el infinito por el aparato comunicacional hegemónico: que los “gobierno populistas” son corruptos e ineptos para gobernar y que la derecha, amparada ahora en andamiajes discursivos que se basan en verbos anunciadores de los intangible, como “Cambiemos” llegaba para democratizar.
Chomsky lo había advertido al referirse al «nuevo escenario de la globalización neoliberal y a la supuesta preocupación por el fomento a la democracia». «Subirse al «carro de la democratización», «intervenir sin contemplaciones» o el «disfraz humanitario» son parte de las actitudes mesiánicas que EUA aplica para «asegurar la autodeterminación» de las masas. La memoria histórica señala otra perspectiva. La democracia estrechamente identificada con empresas privadas y capitalistas, definida en tanto identidad política estadounidense, que con tal de fomentarla –incomprensiblemente, sacrifican sangre y vida de sus connacionales». Para Chomsky el ejemplo era Irak, pero en nuestros días y en el escenario latinoamericano podrían ser Venezuela o Brasil.
Algunas conclusiones
Si el escándalo Odebrecht no repercute en las relaciones bilaterales entre Argentina y Brasil es porque, para sus autoridades, lo que está en juego no ni la corrupción de una empresa ni la corrupción de los funcionarios. Por el contrario, los gobiernos de Michel Temer y de Mauricio Macri responden las órdenes del Norte a través de la política económica que llevan a cabo en favor de las lógicas del mercado. Al destaparse la olla Odebrecht lo que se puso de manifiesto es el gran entramado o las fuertes vinculaciones que existen entre las corporaciones y los funcionarios públicos. Nadie está exento.
Ahora bien, el conflicto debe leerse en el marco de una nueva y potente avanzada estadounidense, a través de sus embajadas, en ambos países. Injerencia que fue facilitada gracias a los cambios de gobierno y sus respectivas políticas económicas de mano invisible. Una vez más, los «Estados fallidos» son dóciles de ser penetrados bajo el discurso de la democratización, y con la centralidad de poderes judiciales colonizados y jueces «héroes» o «perseguidores», sostenidos desde la servicios de inteligencia de Washington.
En Brasil se hizo más evidente con la destitución de Rousseff. En Argentina, en cambio, basta con ver quiénes dirigen los ministerios: El ex CEO de Shell, José Aranguren, es el ministro de Energía y Minería; el responsable de la segunda hiperinflación a fines del ´89, Javier González Fraga, es el titular del Banco Nación, el contacto activo con Washingthon en el país siempre ha sido la principal aliada de Cambiemos, Elisa Carrió; y la recientemente desplazada Susana Malcorra, que venía de ser jefa de Gabinete del titular de Naciones Unidas al momento de asumir, también tiene fuertes vínculos con “yanquilandia”.
La contribución de Malcorra para hacer tronar el Mecosur, avalada claro, por el aparato macrista, tiene que ver con una política de abandono de las relaciones regionales para priorizar los vínculos económicos y facilitar el rumbo de las decisiones de Estados Unidos: mercado, mano invisible y beneficio para los poderosos.
Las derechas de Argentina y Brasil están aplicadas a respetar esa lógica.