Se cumplen 48 años de un hecho histórico que marcó la ofensiva popular contra la dictadura de Onganía, profundizó la confluencia entre jóvenes militantes y clase obrera, amplió canales de vinculación entre peronismo y la izquierda y, sobre todo, dejó la sensación de que por fin la movilización del pueblo comenzaba a agrietar seriamente la revancha conservadora iniciada con el golpe del ‘55.
Por Carlos Ciappina (*) / El 29 de Mayo de 1969 los obreros y estudiantes de Córdoba conmovieron al país. Gobernaba la Argentina la dictadura cívico-militar de Onganía que se había autotitulado pomposamente “Revolución Argentina”. Una “Revolución” que no se proponía el retorno a la democracia, sino la construcción de un nuevo orden que terminara con el “fracaso argentino”.
Así, para Onganía la Revolución tenía objetivos y no plazos: sustituir completamente el sistema republicano por una especie de neocorporativismo al estilo franquista. La nueva Dictadura destituyó al presidente, vice, clausuró el Congreso, la Corte Suprema de la Nación y destituyó a los Gobernadores e Intendentes. Se clausuraron todos los partidos políticos y sus bienes fueron confiscados. Se creó un Ejecutivo nombrado por la Junta de Comandantes (que designó al propio Onganía), con el objeto de evitar las luchas y disputas entre las distintas fuerzas armadas y se sancionó un Acta y un Estatuto de la Revolución Argentina que se colocaban por encima de la Constitución Nacional.
Este conjunto de medidas que pretendían fundar un orden por décadas fueron acompañadas de un programa Económico y Social profundamente conservador y liberal: Se devaluó el peso un 40%, se congelaron los salarios (no los precios) por 20 meses, se rebajaron los aranceles aduaneros a la importación, se abrió nuevamente el petróleo a la inversión extranjera.
Junto a estas medidas económicas, se acentuó la represión de las actividades culturales e intelectuales: se prohibieron libros, programas de tv y radio, las expresiones públicas de afecto (los besos en las plazas!), la ropa que no fuera considerada “seria” y los cabellos largos. Un espeso telón represivo se extendió por el país, lo que terminó en la famosa Noche de los Bastones Largos, en donde los Profesores y estudiantes de las Universidades Públicas fueron expulsados a bastonazos porque resistían la pérdida de la autonomía universitaria por parte de un general de caballería.
La Dictadura militar y sus socios económicos-eclesiásticos y mediáticos, finalmente se sacaban totalmente la careta: fracasados los intentos de frenar la movilización social y política con gobiernos que aparentaban ser democracias (Frondizi e Illia) aunque aceptaban la prohibición del partido mayoritario (el peronismo) en las elecciones; las FFAA decidieron clausurar todo vestigio de institucionalidad democrática y ejercer el poder sin que mediara ningún sistema de partidos.
El Cordobazo o el comienzo del fin del Onganiato: Toda esta política represiva se imponía a contramano de un contexto internacional que aparecía como cada vez más movilizador y revolucionario: era la época del nacimiento del rock y del movimiento hippie en Europa y EEUU, y también el de consolidación de las naciones post-coloniales en Asia y África, del Mayo Francés y de la Revolución Cultural China.
Junto a ese contexto internacional, en nuestro país se producía un acelerado proceso de profundización de la lucha y la organización político-social. La resistencia peronista sumaba y confluía con toda una nueva generación de jóvenes obreros y estudiantes que luchaban y se organizaban por el retorno de Perón en clave de líder nacional-popular y antiimperialista, comenzaba a hablarse del peronismo como socialismo nacional.
Dentro del mundo de la clase obrera (la Argentina era el país más industrializado de América Latina) las posiciones que combatían a las burocracias sindicales tomaban impulso y espacio: Los Programas de La Falda (1957), Huerta Grande (1962) y 1 de Mayo (1968) disputaban a las conducciones obreras con tendencia a la negociación con los sucesivos gobiernos antidemocráticos y proponían por el contrario un programa de enfrentamiento frontal contra las dictaduras y las pseudodemocracias. En ambos espacios de militancia, los jóvenes y las nuevas comisiones internas sindicales ganaban espacio, también los partidos y las organizaciones de izquierda, con programas que veían en la radicalización política el único camino para modificar el régimen capitalista.
En este contexto de creciente movilización, los obreros de la industria automotriz de Córdoba se convocaron para resistir las quitas en salarios (11%) la reducción del sábado inglés y la pretensión de incrementar el salario solo después de que se incrementara la productividad.
Los gremios nucleados alrededor de Agustín Tosco (Luz y Fuerza, clasista); Elpidio Torres (Smata,) y Atilio López (UTA), ambos de origen peronista entre otras comisiones internas combativas, declararon huelga y movilización para el 29 de mayo.
La huelga comenzó a ser reprimida violentamente, lo que sumó a la lucha a los estudiantes de la Universidad cordobesa, que desde el hospital de clínicas comenzaron a marchar junto a los obreros. En un hecho inédito para la época, la población civil de Córdoba apoyó a los huelguistas y dio refugio a los reprimidos, a la vez que atacó a las fuerzas represivas. Un General represor (Eleodoro Lahoz) fue explícito en este punto: ¡declaró que se sentía como el ejército británico en las invasiones inglesas, pues desde techos y balcones el pueblo de Córdoba les arrojaba objetos a las Fuerzas represivas!
La ciudad de Córdoba, pese a la represión, quedó en manos de los trabajadores y los estudiantes durante dos días.
La represión dejó un saldo de 30 muertos, 500 heridos y 300 detenidos, pero por otro lado, los mandos militares opositores a Onganía tomaron nota de la protesta masiva en las calles.
El Cordobazo marcó el inicio de la ofensiva popular contra Onganía poniendo a su gobierno a la defensiva; profundizó la confluencia entre jóvenes militantes y clase obrera; amplió canales de vinculación entre peronismo y partidos y movimientos de izquierda y, sobretodo dejó la sensación de que por fin, luego de 14 años de proscripción popular, la movilización del pueblo comenzaba a agrietar seriamente la revancha conservadora iniciada con el golpe de setiembre de 1955.
Del Cordobazo en adelante, la Dictadura ya no se recuperaría y el ascenso de la movilización y organización popular terminaría por forzar el llamado a elecciones de 1973.
(*) Profesor titular de la Cátedra Historia Contemporánea de América Latina de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.