Los ataques a Siria, el lanzamiento de la “madre de todas las bombas” en Afganistán y las crecientes amenazas a Corea del Norte, con un amplio despliegue militar estadounidense cerca de sus costas, ponen a Donald Trump en la misma senda sangrienta de sus antecesores.
Sin dar a conocer ninguna prueba concreta sobre el uso de armas químicas en Siria, el presidente estadounidense, Donald Trump, lanzó el 7 de abril un ataque con misiles Tomahawks contra una base aérea en la provincia de Homs, de donde habrían partido los aviones con las supuestas armas. Las justificaciones para avanzar con la agresión militar hicieron recordar a las mentiras de las que se valió George W. Bush para invadir Irak en 2003.
Este lunes, nuevos ataques aéreos de la coalición internacional liderada por Estados Unidos, en la zona de Al Bukamal, en el este de la región siria de Deir Ezzor, dejaron más de veinte muertos y decenas de heridos, entre ellos mujeres, niños y refugiados irquíes. Otras siete personas perdieron la vida cuando los cazas de la OTAN dispararon 12 misiles contra el edificio de la Facultad de Agricultura y viviendas del pueblo de Husseiniya, en la misma región.
El 13 de abril, el Ejército estadounidense lanzó en la localidad de Achin, provincia de Nangarhar, cerca de la frontera con Pakistán, la GBU-43/B Massive Ordnance Air Blast Bomb (MOAB), conocida como “la madre de todas las bombas”.
Según el Pentágono, el artefacto no nuclear de 10 toneladas aniquiló túneles y a miembros del Estado Islámico (EI), con un saldo hasta el momento de 92 muertos, incluidos civiles.
“Washington usa Afganistán desde hace 15 años como el patio de recreo del diablo. Comenzó a usar aviones teledirigidos armados pocos meses después de la invasión de 2001 y los militares y la CIA han utilizado desde entonces el combate interminable para refinar sus armas mortales”, señaló el periodista Douglas Wissing en un artículo publicado en el diario digital The Hill.
A esto se suma ahora la creciente tensión entre Estados Unidos y Corea del Norte. El 15 de abril, cuando ese país celebraba el Día del Sol, por el nacimiento de Kim Il-sung –fundador de la República Popular Democrática de Corea, Trump envió una poderosa escuadra a las costas de la península, encabezada por el portaviones USS Carl Vinson.
Este lunes, el vicepresidente Mike Pence dijo que su país está dispuesto al “uso de armas convencionales o nucleares” contra Pyongyang y celebró los ataques a Siria y Afganistán, que “mostraron la fuerza y la determinación de nuestro nuevo presidente”.
Las autoridades norcoreanas repudiaron la “provocación militar imprudente de la administración Trump” y advirtió ante la ONU que responderá ante cualquier acción estadounidense, tanto convencional como nuclear.
El armamento de EE.UU. se ha visto reforzado durante el Gobierno de Barack Obama, incluido en el capítulo nuclear. En un reciente artículo publicado en el diario Público.es, el periodista David Bollero detalló que, aunque la fuerza nuclear puede rondar ahora una cuarta parte de lo que supuso en plena Guerra Fría, Washington todavía cuenta con más de 2.200 ojivas estratégicas.
En 2015, Obama incorporó al arsenal de EE.UU. la bomba nuclear B61-12, considerada la más peligrosa de todas cuantas poseen, a pesar de que únicamente arroja un rendimiento de 50 kilotones –frente a la más grande, de 1.200 kilotones-. El motivo de su peligrosidad viene dado por su sencillez de uso, su precisión casi quirúrgica que le permite impactar dentro de un radio de 30 metros alrededor del objetivo. Gracias a este menor radio de acción, el impacto nuclear también es menor, lo que reduce el número de bajas no intencionadas.
La precisión de esta bomba ha mejorado respecto a versiones anteriores de las B61, al incorporar un sistema de navegación interno con capacidad de desacoplarse. En realidad, no se trata tanto de una nueva bomba como de la fusión de componentes de otras cinco previas (B61-3, B61-4, B61-7, B61-10 y B61-11)
Para hacernos una idea del coste de este tipo de armamento –grafica el artículo de Bollero-, la solicitud de presupuesto de la NNSA (National Nuclear Security Administration) para 2015 incluía una partida de 643 millones de dólares para el desarrollo de la B61-12, cuyos costes de desarrollo y producción se estiman entre 8.000 y 10.000 millones de dólares.
Si retrocedemos a 1985, la ojiva de un misil balístico intercontinental (ICBM) apenas alcanza un 60% de efectividad a la hora de destruir un silo. Tanto es así que, incluso de utilizarse cuatro o cinco ojivas adicionales, el porcentaje no superaba el 90%, entre otros motivos porque sus explosiones ‘fraticidas’ terminan por destruirse entre sí.
¿Qué sucedería hoy en día? Pues que con un solo misil Trident II la efectividad se dispara hasta el 99%. Con este nivel de precisión, el quid de la cuestión estriba ahora en identificar correctamente los objetivos, algo que no siempre sucede y corren masacres como bombardeos a hospitales, por ejemplo.
Esta exactitud, unida a un menor coste de producción, hace más viable el uso de este tipo de armamento y, con toda seguridad, la inteligencia militar estadounidense habrá ya configurado diferentes escenarios en los que su utilización podría ser más que aceptable.
El Departamento de Defensa de EEUU cuenta con simulaciones informáticas, llamadas Hazard Prediction and Assessment Capability (HPAC), con las que estima la dispersión de la lluvia radiactiva letal después de que se haya detonado una bomba nuclear. Entre las variables que el superordenador maneja para predecir cuántas personas resultarían heridas o muertas se encuentran la capacidad explosiva del a ojiva, la altura de la explosión, así como datos climatológicos sobre el tiempo y los datos demográficos locales.
En 2006 se llevó a cabo una de estas simulaciones a cargo de la Federación Americana de Científicos (FAS) y el Consejo de Defensa de Recursos Naturales (NRDC). El escenario diseñado fue un ataque contra los silos de misiles balísticos intercontinentales de China, ubicados en zonas no urbanas poco pobladas. A pesar de esta situación, la lista de posibles bajas se disparaba a una horquilla de entre tres y cuatro millones de muertos.