No suele decirse en voz alta porque lo falsamente sagrado y lo políticamente correcto que es obscenamente incorrecto, lo impiden: que el macho argentino (no me meto con el de otras latitudes pero los parecidos que puedan encontrarse difícilmente sean casualidades), que somos los varones, muchísimos por no decir casi todos, y mujeres también, en cantidades que sorprendería tener el número, no celebramos, si con nuestras palabras de indignación moral burguesa hasta lo repudiamos, pero prohijamos y en forma vergonzante algunos hasta “comprenden” el acto de violencia género, sustrato definitivo, decisor, del femicidio: “viste como son las minas…qué culo… mirá esas tetas, como se les marcan…mira la pollerita que lleva…”. Sí, el macho predador es un huevo de serpiente, como el fascismo, que anida despacio y en silencio. Y ahora, recién ahora, algunas otras consideraciones. Rossi no puede ser juez ni en la galaxia del nunca jamás. Quizá el Papa deba llamar a todas las víctimas de femicidio y de violencia de género, ¡y cómo ayudaría que, más que el teléfono, utilizase su influencia para librar una lucha en serio contra esa catedral del abuso infantil en que se ha convertido la Iglesia hace tanto tiempo! Maia Ferrua, la funcionaria del gobierno que se burló del asesinato de Micaela García es un macho bestia y bestial. La militancia política y social de Micaela – o aunque no la hubiese tenido – y las militancias o no militancias de cualquiera de las miles de víctimas de femicidio no son datos relevantes paran desentrañar la tragedia. No me importa si es del Evita o de Cambiemos; es una más de la víctimas por las cuales el Estado y el dispositivo cultural en su conjunto y complejidad poco y nada hacen, salvo soliviantar la muerte, el espanto, con la imperdonable complicidad de los aparatos mediáticos –incluso en muchos casos de aquellas expresiones que dicen y hasta quizá crean que no son cómplices sino denunciantes -; y claro desde la funcionalidad del sistema fiscal / judicial, policial.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Leamos algunas de las reflexiones que no hace mucho formulara la antropóloga Rita Segato, de la Universidad de Brasilia, en diálogo con Flavia Delmas, directora de la Especialización en Comunicación Social y Género de la Facultad de Periodismo de la UNLP. “En los medios existe una pedagogía de la crueldad. No es que el ojo del público sea cruel y rapiñador, sino que se lo enseña a despojar, a rapiñar, a usar los cuerpos hasta que queden solo restos; es una pedagogía porque ese público está siendo enseñado”, afirma la autora de “Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los Derechos Humanos” (Buenos Aires: Prometeo, 2003 y 2013) y “La Escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, Soberanía y Crímenes de Segundo Estado” (México, DF: Universidad del Claustro de Sor Juana, 2006), entre otros.
Y añade: “el público es enseñado a no tener empatía con la víctima, que es revictimizada con la banalidad y la espectacularización con que se la trata en los medios (…). Cuando vengo a Argentina me sorprendo mucho cuando veo las noticias en las televisiones no públicas. No es solamente la espectacularización de la noticia, por ejemplo un crimen de violencia de género, sino por la repetición de la noticia, que hace que a la mujer la maten mil veces en el día. Eso es una idea de incitación y promoción, que de alguna manera incita a la mimesis de ese crimen; o para aquellos que abordan la violencia desde una perspectiva epidemiológica, eso contagia a la sociedad (…) y es una pedagogía porque ese público está siendo enseñado, está siendo conducido por ese lente, que es el lente Tinelli y es el de esos informativos que espectacularizan el cadáver de las mujeres. Ese público está siendo engañado cuando dicen que está viendo la realidad desde el mismo lugar que el fotógrafo. Al llamarlo a mirar la realidad desde ese lente de quien la muestra, se lo está enseñando a tener una mirada despojadora y rapiñadora sobre el mundo y sobre los cuerpos (…). La pedagogía de la crueldad se da en el cuerpo de la mujer y de los niños por excelencia, porque ahí la crueldad se separa de lo instrumental. Si tenés la guerra y el soldado de la corporación armada que se va a enfrentar a su antagonista de otra corporación armada, es una cosa. Ahora, en la violencia, la tortura, el asesinato a aquellos sujetos de la sociedad que no son su antagonista bélico, como las mujeres y los niños, la crueldad se separa de la instrumentalidad. La finalidad no es eliminar a tu antagonista bélico, al soldado; es la crueldad por la crueldad misma”.
Al respecto me permito comentar que, desde el punto de vista de nuestro campo, de nuestros materiales, que son los de la comunicación y el periodismo, esa pedagogía mediática de la crueldad sólo puede ser entendida como la conclusión, el efecto de la causalidad dialéctica que surge cuando una gramática, un estilo entrelaza los hechos y las voces que narran esos hechos, consumándose así el acto periodístico, en términos más generales los contenido comunicacional; contenidos esos que, siempre en el aparato del bloque hegemónico suelen impregnarse de sigilos y de nocturnidades encubridoras.
De ahí lo enunciado en el primer párrafo de este ensayo de texto. Aquello de que no suele decirse en voz alta porque lo falsamente sagrado y lo políticamente correcto que es obscenamente incorrecto, lo impiden: que el macho argentino, que somos los varones, muchísimos por no decir casi todos, y mujeres también, en cantidades que sorprendería tener el número, no celebramos, en nuestras palabras de indignación moral burguesa hasta lo repudiamos, pero prohijamos y en forma vergonzante algunos hasta “comprenden” el acto de violencia género, sustrato definitivo, decisor, del femicidio como practica de ese mismo macho; y a suerte de escasos ejemplos, “viste como son las minas…qué culo… mirá esas tetas, como se les marcan…mira la pollerita que lleva…”. Sí. el macho predador es un huevo de serpiente, como el fascismo, que anida despacio y en silencio.
Pero detengámonos en el punto que refiere a lo falsamente sagrado (las dos mujeres, la madre / virgen y la otra / otras que son para poseer según la tradicional clasificación binaria de la cultura judío cristina, tan solo con antifaces de alteración cuando Magdalena, la puta que se redime al velar por Jesús en su marcha hacia el cadalso de maderos cruzados) y a lo políticamente correcto que es obscenamente incorrecto, de elaboración burguesa tardía, porque tanta es la presión que ejercen ambas construcciones sobre los más profundo de nuestros sentidos como apreciaciones del bien y del mal, de lo bello y de lo feo, de lo sublime y de lo que repugna o provoca asco. Son dos categorías tan separadas en el tiempo pero tan próximas entre sí como consecuencia de su recíproca funcionalidad para el silencio, apenas si disimulado por las palabras en tanto encubrimientos o acaso ruidos, cuando los sujetos lindan con lo patológico.
El macho predador es un huevo de serpiente, como el fascismo, que anida despacio y en silencio su malignidad, al amparo de un sistema policial, fiscal, judicial, mediático y en definitiva político que explica a los jueces Rossi y a los exhibicionismos colectivos, no los del rito desde los cuales con sabiduría se solía conjurar la muerte, ese camino al no ser de uno y de quienes amamos, que nos angustia; sino a las fijaciones del homo videns del recientemente fallecido Giovanni Sartori, quien desmenuzó a la sociedad teledirigida y todas sus capacidades de anomia política, de silencio crítico.
Y a esa serpiente y a su huevo no se los espanta con invocaciones épicas, porque ser víctima de esa maldita muerte llamada femicidio nada tiene de épico, y porque la serpiente y su huevo no pretenden ocultarse. Al contrario buscan visibilizarse para engañar y convencer; por ello quizás, tan sólo quizás, sea prudente cierto duelo en silencio amoroso, para entonces sí proceder al acto político, que es el acto de todos, al único acto que esa serpiente teme.
(*) Periodista y escritor. Doctor en Comunicación por la UNLP. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Director de AgePeBA.