Podríamos afirmar sin más que la educación, la instrucción y los saberes que gozan quienes, como el presidente y su pandilla, tuvieron “la suerte” de no “caer” en la escuela pública y educarse en el Cardenal Newman o cualquier otro instituto privado quedan fielmente reflejadas en las capacidades que exhiben en forma cotidiana: una brutal incultura, una desmedida maldad cívica y apenas con conocimientos para saquear al Estado, esquilmar a la sociedad, mentir; y como dice la propia historia de las clases dominantes argentinas, asesinar, torturar y hacer desaparecer a quienes no piensan como ellos. Podríamos señalar también que las “evaluaciones”, los diagnósticos y demás construcciones se apoyan sobre cimientos de mentiras o al menos de manipulaciones, pues ni en sus establecimientos para élites la educación privada alguna vez fue mejor que la pública, y los elogios a aquella apuntan a un solo objetivo, el mismo que tiene ante el mundo todo la lumpen burguesía vernácula desde sus tiempos originales: sólo hacer buenos negocios.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / La educación privada en sus tres niveles, y salvo contadísimas excepciones, es mediocre, chapucera, falsaria y no apunta a proveer de saberes adecuados sino de buenas agendas, las que serán continuadas en los vecindarios exclusivos de los barrios privados, en las poltronas de la corporaciones, entre padres e hijos de “la gran familia garca nacional”, apelativo que también cabe para aquellos que hacen un uso oportunista de la educación pública y después trepan en la escala de prevaricatos morales que suponen las prácticas políticas post dictadura y de “democracia controlada”. Ejemplos de estos últimos especímenes sobran pero se me ocurre uno muy al día: el del bestial tecnócrata que con autorización, dice él y nunca desmentida, de Cristina Fernández de Kirchner continuó en el gabinete de Cambiemos; sí Lino Barañao, para quien los estudios sobre el Medioevo son inútiles, casi la opinión de un primate intelectual.
Toda la batería discursiva y de acciones del gobierno de Mauricio Macri sobre Educación apuntan a destruir el espacio público – provoca poco menos que rabia oír la diatribas del presidente y su gabinete, sus invocaciones a la represión, sus persecuciones a los militantes y dirigentes sindicales docentes, su hacerle cargo a éstos últimos de los males que ellos mismos, casi al borde del delito, le procuran a nuestras escuelas, colegios y universidades, a nuestros niños y jóvenes, a sus familias; es decir la patria de carne y hueso.
El diario La Nación, como parte de la guardia pretoriana mediática del presidente y de lo más reaccionarios entre lo reaccionarios – acompañado y complementado siempre por las versiones con mayor capacidad de penetración social, como el Grupo Clarín y sobre todo la TV y los medios digitales centrales – nada ahorra en semántica infame. “Fuerte brecha entre los colegios públicos y los privados”, dice en primera plana este miércoles tras afirmar “más de la mitad de los chicos no comprende textos ni logra resolver cálculos”.
Se refería a la ignominiosa presentación hecha ayer por Mauricio Macri sobre la supuesta evaluación denominada Aprender, ocasión en que no pudo ocultar su pensamiento clasista, racista, discriminador y brutalmente ignorante, con ese analfabetismo secundario que caracteriza a la lumpen burguesía argentina, cuando se refirió a los niños que para él “caen” en la escuela pública.
Como se señaló antes, podríamos afirmar sin más que la educación, la instrucción y los saberes que gozan quienes, como el presidente y su pandilla, tuvieron de la suerte de no “caer” en la escuela pública y educarse en el Cardenal Newman o cualquier otro instituto privado quedan fielmente reflejadas en las capacidades que exhiben en forma cotidiana: de una brutal incultura, de una supina maldad cívica y apenas con conocimientos para saquear al Estado, esquilma a la sociedad, mentir y como dice la propia historia de las clases dominantes argentinas, asesinar, torturar y hacer desaparecer a quienes no piensan como ellos. Pero el tema es más complejo.
Los argentinos debemos sentirnos orgullosos de nuestros sistema de educación pública – los mejores intelectuales, científicos y artistas salieron de sus claustros, de sus aulas, de su portentosos dones democratizadores – aunque no es menos cierto que, pese a lo enormes esfuerzos en un sentido positivo realizados por las gestiones de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, primero por las limitaciones de las propias matrices de origen, dadas por el carácter liberal oligárquico del modelo Generación de 1880, no totalmente superado ni siquiera entre 1946 y 1955, y luego por décadas de gobierno dictatoriales y democráticos formales o “vigilados”, propios del modelo neoliberal patrocinado desde EE.UU. y las metrópolis en general, la tendencia fue y se acentúa con presencias lumpen burguesas como las de Mauricio Macri, hacia la crisis estructural del sistema, tanto en los educativo propiamente dicho como en lo infraestructural y en los aspectos curriculares y salariales de las plantillas docentes, hoy en más que legítima protesta en pos de una vida digna; crisis estructural agravada por la desproporción entre la velocidad del desarrollo tecnológico y los nuevos hábitos que ellos generan entre niños y jóvenes pero más aún porque durante los años de plomo del vaciamiento imperial del país, durante la pasada década del ’90, el poder oligárquico logró hacer estallar por los aires el núcleo ejemplar de nuestro paradigma educativo, al sancionar la aun vigente Ley 24.195 / 93 Federal de Educación.
Pienso en las marchas y debates entre “laica o libre” que, todavía siendo un niño, viví cuando en 1958 el entonces presidente Arturo Frondizi impulsó que la universidades privadas puedan otorgar títulos habilitantes, agachándose así ante las imposiciones oligárquicas capitaneadas por la tan derechista siempre Iglesia Católica argentina; al fin de cuentas el mismo presidente que, el mismo año, diseñó e impuso el Plan Conintes, el modelo represivo contra el movimiento obrero y popular, contra la Resistencia peronista y otras expresiones, a pedido de la Embajada de Estados Unidos; y al fin de cuentas bis, la misma Iglesia que supo proveer de capellanes torturadores, y hasta altos dignatarios, muy altos, a los jerarcas de la dictadura cívico militar que irrumpió aquél 24 de marzo de 1976.
Y traigo a cuento aquellos episodios del ‘58 porque la Ley 24.195 / 93 Federal de Educación y la falta de decisión política para su derogación y vuelta al sistema nacional de Educación cuando existió la posibilidad de hacerlo – hay que decirlo- , la política y los discursos macristas de estos días, destructivos de la Educación Pública, de nuestra juventud y niñez y de sus educadores forman parte de aquél mismo paradigma que Frondizi plasmó en el ‘58 pero que requirió del golpe y el bombardeo a civiles del ’55 y de los posteriores fusilamientos.
Una vez más: si no se entiende que el gobierno de Macri es el gobierno de los nietos de “la Fusiladora” y de los hijos de la dictadura, será entonces difícil comprender su caracterización y vertebrar una respuesta política para los próximos acontecimientos electorales, en un sentido profundo ,no meramente de trastoque de máscaras, ni mucho menos de fervorosos consignismos.
Antes de cerrar esta suerte de ensayo de opinión viene a cuento consignar algunas informaciones que este mismo miércoles publicó el diario Contexto de La Plata acerca de las últimas apreciaciones infames del presidente. El ex ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires, Mario Oporto, sostuvo que el operativo Aprender “fue hecho a las apuradas para poder hacer un diagnóstico a principio de año para usar en la disputa paritaria. Fue preparado de antemano por el gobierno, no sorprende. Macri se apresura a hacer juicios cuando las variables educativas son complejas y variadas”.
Silvia Almazán, secretaria de Educación y Cultura del sindicato Suteba, afirmó que “es la primera vez que un presidente plantea que es una inequidad ‘caer’ en la escuela pública”. Por su parte, Luana Volnovich, diputada nacional del FpV y vicepresidenta de la Comisión de Educación, señaló que “con este desprecio habla Mauricio Macri. El desprecio por lo público y la educación pública brota cuando el guión falla. Ahora se entiende por qué no hay aumento docente”.
Docentes particulares también reaccionaron. En Mar del Plata, la docente de escuelas públicas de la ciudad balnearia Lorena Ravalli le escribió una carta a Macri después de escuchar sus agravios. “La educación pública debe ser el principal tema de su agenda, y no el objeto de su discriminación”, apuntó. La docente, quien en la carta explica que manda a sus hijas a escuela pública, le dijo al presidente que “sus dichos, francamente, dan cuenta de su pobre capacidad simbólica y política como funcionario. Y de su poca o nula perspicacia a la hora de empatizar con la sociedad. Incluso con la parte que lo votó”.
Ahora sí, y para cerrar tras reiterar un párrafo del principio – la educación privada en sus tres niveles, y salvo contadísimas excepciones, es mediocre, chapucera, falsaria y apunta no a proveer de conocimientos adecuados sino de buenas agendas, las que serán continuadas en los vecindarios exclusivos de los barrios privados, en las poltronas de la corporaciones, entre padres e hijos de “la gran familia garca nacional”, apelativo que también cabe para aquellos que hacen un uso oportunista de la educación pública y después trepan en la escala de prevaricatos morales que suponen las prácticas políticas post dictadura y de “democracia controlada” tras la caída en desuso del modelo impuesto por la llamada doctrina de la seguridad nacional – algunas afirmaciones que son apropiadas en la medida que, repito, este texto es apenas un ensayo de opinión.
Ya se expresó pero vale repetirlo una y otra vez. Es falso de toda falsedad que en nuestros país la Educación privada sea de mejor calidad que la Pública. La ecuación es exactamente al revés, pero el aparato oligárquico el poder, en el cual sus guardias pretorianas mediáticas juegan un papel determinante, trabaja para convencer a grandes contingentes sociales de que la mentira es verdad. Así lo requieren el negocio y el afán de disciplinamiento ideológico.
La Educación, como la Salud, debería ser una y Pública. Solo se trata de decisión política, pues el propio sistemas capitalista provee de mecanismos para hacer ello posible; el impedimento se encuentra en la negativa de las clases opresoras a ceder ni siquiera un mínimo de sus descomunales beneficios, consecuencia de la apropiación privada de lo socialmente producido.
En todo caso – porque para terminar con la Educación privada es necesario un consenso social de carácter revolucionario que no se registra en este momento concreto de la Historia como proceso – que la misma no reciba subsidios sino que, al revés, pague impuestos sostenidos y destinados a los fondos de sustentabilidad de la Educación Pública, que puede existir con altísimos niveles de excelencia en tanto el Estado cumpla con sus obligaciones en vez de ser cabecera de playa de gobiernos saqueadores.
Un desafío, que como tantos otros para la simple “felicidad del pueblo”, requiere de prácticas políticas que tiendan a la creación de mecanismos de poder popular superadores de las formalidades de las democracias vigiladas, con programas e instancias de acción y participación social claros y multitudinarios.
(*) El autor es doctor en Comunicación por la UNLP. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Periodista y escritor. Director de AgePeBA.