Frente al éxito de Donald Trump, ha surgido un contra-movimiento en Estados Unidos (y en otros lugares) que han llamado a Resistir. Los participantes comprendieron que la única manera de contener y derrotar al “trumpismo” es un movimiento social que represente diferentes valores y prioridades diferentes. Este es el “por qué”. Lo que es más difícil es el “cómo”.
Por Immanuel Wallerstein (*) / Desde tiempos inmemoriales, las personas que se sienten oprimidas y/o ignoradas por los poderosos han resistido a las autoridades. Tal resistencia puede cambiar las cosas, aunque esto ocurra sólo a veces. La opinión que merecen las causas de los resistentes depende de los valores y principios de cada uno.
En Estados Unidos, durante el último medio siglo, surgió una resistencia de ciertos sectores sociales contra las “élites” porqué consideraban qué Washington estimulaba prácticas ofensivas; a grupos religiosos, a poblaciones rurales olvidadas y a personas cuyos niveles de vida han disminuido de manera importante. En un primer momento, la resistencia tomó el camino de la participación social. Luego adquirió una forma más política, con el nombre de Tea Party.
El Tea Party tuvo algunos éxitos electorales, pero se disolvió sin una estrategia clara. Donald Trump vio una oportunidad y se ofreció como un líder unificador de esta derecha “populista” y logró catapultar a este movimiento hasta el poder político.
Trump comprendió que no había conflicto entre liderar un movimiento contra el establishment y ganar el poder del Estado a través del Partido Republicano. Por el contrario, la única forma que podía lograr sus nocivos objetivos era armonizar estos ambos fracciones.
El hecho es que tuvo éxito en la mayor potencia militar del mundo y ha conseguido estimular a grupos afines en todo el mundo, que siguen caminos similares ganando cada vez mayor cantidad de adeptos.
Aún hoy en día, el éxito de Trump no es comprendido por la mayoría de los líderes de los dos principales partidos estadounidenses pues siguen esperando que la “presidencia” lo transforme. Es decir, quieren que abandone su papel como líder de un movimiento y se limite a ser el presidente y líder de un partido político.
Se agarran de cualquier pequeña señal para creer que va a cambiar. Cuando, por un momento, ablanda su retórica (como lo hizo en su discurso de febrero de 28 al Congreso), no entienden que esta actitud es precisamente la engañosa táctica del líder de un movimiento. En su lugar, se sienten alentados o esperanzados, pero Trump no renunciará a su papel de “líder del movimiento” porque en el momento que lo haga perdería el poder real.
En el último año, frente al éxito de Trump, ha surgido un contra-movimiento en Estados Unidos (y en otros lugares) que han llamado a Resistir. Los participantes comprendieron que la única manera de contener y derrotar al “trumpismo” es un movimiento social que represente diferentes valores y prioridades diferentes. Este es el “por qué” del “Resistir”. Lo que es más difícil es el “cómo” del “Resistir”.
El movimiento de la resistencia ha crecido con notable rapidez, en ocasiones ha sido tan impresionante que la gran prensa se ha visto obligada a informar de su existencia. Esta es la razón por la que Trump arremete constantemente contra la prensa. La publicidad alimenta el movimiento, y este puede llegar a crecer hasta derrotar al Trumpismo.
El problema con la resistencia es que realiza muchas actividades dispersas sin una estrategia clara o todavía no adopta una estrategia definida. Tampoco tiene una figura unificadora que sea capaz de hacer lo que Trump hizo con el Tea Party.
La “Resistencia” ha participado en múltiples acciones. Se efectuado grandes marchas, desafiado a los representantes del Congreso en reuniones públicas, creado santuarios para que las personas amenazadas de expulsión, boicoteado el transporte, publicado denuncias, firmado peticiones, y creado agrupaciones locales que se reúnen para estudiar propuestas. La “Resistencia” ha sido capaz de cambiar a multitudes de personas comunes en militantes por primera vez en sus vidas.
Sin embargo la “Resistencia” tiene algunos peligros imperiosos. Cada vez son más los participantes que son detenidos y encarcelados. Ser militante es extenuante y después de un tiempo muchos se cansan de participar. Se necesitan éxitos, pequeños o grandes, para mantener en alto los espíritus. Nadie puede garantizar que el movimiento no se marchite. Al Tea Party le tomo décadas llegar a donde está hoy. Puede que el camino para el movimiento de la “Resistencia” sea igualmente de largo.
La Resistencia como movimiento tiene que tener en cuenta que estamos en medio de una transición histórica y estructural del sistema-mundo capitalista, en el que hemos vivido durante unos 500 años. Esta transición podrá llevarnos a dos sistemas sucesores muy diferentes; un sistema que conservará todas las peores características del capitalismo (jerarquía, la explotación, polarización) o su opuesto, un sistema que sea relativamente democrático e igualitario. Yo llamo a esto, “la lucha entre el espíritu de Davos y el espíritu de Porto Alegre”.
Estamos viviendo en una situación caótica y confusa propia de una transición. Esto tiene dos implicaciones para una estrategia colectiva. En el corto plazo (digamos tres años), debemos hacer grandes esfuerzos para que el movimiento sobreviva. Todos necesitamos alimento y refugio. Cualquier movimiento que quiera crecer debe ayudar a la gente a sobrevivir, minimizando el dolor de los que sufren.
Sin embargo, en el mediano plazo (digamos 20-40 años), lo que minimiza el dolor no cambia nada. Tenemos que concentrar nuestra lucha contra lo que representan el espíritu de Davos. No puede haber compromiso. No hay una versión “reformada” del capitalismo que pretenden construir.
El “cómo” de la Resistencia es claro. Necesitamos entender, colectivamente, con la mayor nitidez, lo que está sucediendo. Necesitamos una deliberación ética y estrategias políticas más sagaces. Esto no se consigue de manera automática. Tenemos que construir la organización. Sabemos que otro mundo es posible, sí, pero también hay que tener en cuenta que no es inevitable.
(*) Tomado de Rebelion.org. Traducción: Emilio Pizocaro.