A Darío Lopérfido lo mandaron a Alemania, a Alfonso Prat-Gay lo echaron por la puerta de atrás, y otros funcionarios macristas abandonan el barco, por si se hunde. Renuncias programadas y despidos demuestran cierta endeblez del gobierno nacional y reafirman que el máximo fascistoide en este lío manda y se llama Mauricio Macri. «Estamos aprendiendo sobre la marcha», había afirmado el ministro de Energía, Juan José Aranguren, a mediados del año pasado. ¿Qué habrán aprendido?
Por Carlos López / Que el macrismo puede convertirse en un experimento fallido del neoliberalismo desembarcando en la Argentina con todas sus fuerzas ya casi evidente. En sólo 14 meses de gestión el gobierno de Mauricio Macri sufre una crisis económica sin salida a la viste, con unos 400.000 nuevos desempleados. El gobierno de CEOs no le transmite confianza ni siquiera a sus propias espadas, las que en muchos casos apenas si dedican a defender lo indefendible, y se los oye por TV diciendo que la economía crece, que se creas puestos de trabajo y que la condonación de la deuda de Macri por Macri es culpa de los gobiernos de los Kirchner. Todo esto está dando lugar a las fugas de dirigentes resistidos desde las mismísimas entrañas macristas.
La imagen del gobierno cada día pierde un poco más de adhesión. Y para una gestión marketinera – según algunas encuestas, como la de la consultira Analogías, hasta la niña mimada, la gobernadora María Eugenia Vidal acaba de recoger un 60 por ciento de rechazo a su actitud ante las recientes inundaciones que afectaron a la Provincia y las distintas catástrofes climáticas – se ha hecho cada vez más frecuente la ida o el enroque forzoso de funcionarios. Esta semana pasada se confirmó la salida de la dirección del Teatro Colón el defensor político de genocidas Darío Lopérfido, quien seguirá con otro cargo oficial en la embajada de la Argentina en Alemania, al que consideró una «oferta irresistible» y sobre lo que es deseable que la autoridades de Bonn lo rechacen debido a sus conocidas aficiones a la pasada dictadura; realmente era irresistible era su permanencia en el cargo en el contexto de un año electoral.
El ex Ministro de Cultura de la Ciudad, ya había renunciado como funcionario de la gestión de Horacio Rodríguez Larreta luego de tan sólo siete meses en la Capital Federal, producto de las duras críticas que recibió desde los organismos de derechos humanos y organizaciones de artistas e intelectuales por sus declaraciones sobre los desaparecidos en la última dictadura, que se corresponden con la misma «visión» de Juan José Gómez Centurión, el nuevo vocero macrista.
Ahora Lopérfido no se fue del Colón sin antes discutir la cifra de 30 mil desaparecidos en la última dictadura, un número que desde el gobierno se intenta reducir como por arte de magia y que ya es una obsesión de la gestión de Cambiemos. Además, casi como una burda despedida, Lopérfido se definió como un «liberal de izquierda» pero al mismo tiempo remarcó que «los Montoneros fueron aliados de Massera».
Lopérfido es la expresión más cruda del macrismo. Representa la no cultura, los «cambios» de derecha enmascarados con alegría y bailes en el balcón presidencial de la Casa Rosada. El ex director del teatro porteño presentó dos renuncias en ocho meses. Todo un récord: la política como un juego donde siempre ganan ellos y en el que el objetivo no es la gestión pública, sino el atracón narcisista.
En este poco más de año de gestión el gobierno de Macri las renuncias con olor a despido son costumbre. La misma suerte corrió Alfonso Prat-Gay, sobre quien se quiso ensayar una renuncia mediática que finalmente fue un boleo de atrás. El ex ministro de Economía, después de asegurar que «el trabajo sucio ya está hecho en la Argentina» dejó su cargo. Es que su función dentro del gobierno tenía fecha de vencimiento, por orden del presidente y por control inmediato de Marcos Peña.
Para Peña con Prat-Gay «se han logrado grandes cosas, como la salida del cepo, la normalización de nuestras relaciones financieras internacionales, la posibilidad de mejorar la situación de Ganancias y también el sinceramiento fiscal». Se logró el saqueo. La apertura de las importaciones no sólo deja en la calle a cientos de trabajadores de Pymes y empresas de producción nacional, sino que además el país sigue sin lograr exportar a los niveles esperados. La «normalización» de las relaciones financieras fue nada menos que el acuerdo extorsivo con los fondos buitre. Y el sinceramiento fiscal, fue una de las políticas más selectivas y retrógradas de las últimas décadas, ya que el Estado nacional abrió sus puertas a los grandes empresarios del país para que en un abrir y cerrar de ojos liquiden años de evasión fiscal.
Con renuncia o despido, igualmente Prat-Gay logró índices prometedores para confirmar el saqueo argentino. El Indec de Macri registró que la deuda externa creció un 7,15% en el primer año de gestión, superando en bruto los 188 mil millones de dólares. “Se terminó, ya está. Con estos pelotudos no podía hacer más nada”, se escucha en una grabación que se conoció del propio Prat-Gay al irse.
Mismo camino tuvo la renuncia de Isela Costantini al frente de Aerolíneas Argentinas. La ex CEO de General Motors no llegó al año de gestión después de alejarse del cargo en diciembre pasado, alegando «razones personales», aunque el gobierno afirmó que se llegó «al fin de una etapa, se cumplió un ciclo».
Tampoco había dejado contento a Macri los primeros dos meses de Graciela Bevacqua al frente del Indec, la renuncia más temprano de la era macrista cuando dejó el cargo en febrero de 2016. Que las renuncias y las salidas tempranas sigan no sería sorpresa. El ministro Aranguren que comandó el ajuste en los servicios, se mantiene al margen de cualquier conferencia oficial, antes de seguir embarrando su historial de frases tristes con mirada de CEO.
Ante todo esto, resulta hasta paradójico que el propio Mauricio Macri no se haya presentado la renuncia a él mismo, seriamente vinculado a las empresas offshore del escándalo Panama Papers. Quizá todavía le queda mucho por hacer para salvar a los poderosos y hundir un poco más a los humildes. El reciente perdón financiero a su propio padre con la deuda millonaria del Correo Argentino es una muestra más del cinismo macrista. Se castiga al pueblo con ajustes y se ayuda a los más ricos con beneficios que le darían vergüenza hasta al propio Montgomery Burns.