Cuando el ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires prohíbe la política en las escuelas aseverando que tienen que volver a ser “un lugar sagrado”, ¿qué concepción de lo sagrado está asumiendo y proyectando para la totalidad de la población? ¿Qué es una escuela sagrada para un gobierno de derecha?
Por Florencia Saintout (*) / Una idea que siempre me ha gustado es aquella que entiende que la vida cotidiana está llena de pequeñas dimensiones sagradas y de milagros imperceptibles. Sin embargo, es una idea que, si la pienso un poco más –en lugar de sentirla– y aún sin negarla, me convoca al camino de la duda.
Si fuera aceptable que lo sagrado está desde la noche de los tiempos en el mundo humano, ¿ha tenido siempre el mismo significado para todas las comunidades de hombres y mujeres? Es rápidamente comprobable que no. A lo largo de la historia lo sagrado se ha concebido y vivido de modos diversos. No ha habido, ni hay, una sacralidad única y universal, sino diversas sacralidades configuradas por múltiples grupos humanos, en cada uno de los lugares de la tierra, superpuestas entre sí, en tensión y sin urdir una trama única y coherente.
En enero, cuando gran parte de la comunidad educativa estaba en receso, el director general de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, Alejandro Finocchiaro, aseveró que la escuela tiene que volver a ser un lugar sagrado. Lo dijo en sintonía con lo que siempre expresa uno de los arzobispos más reaccionarios del país, Héctor Aguer. Y lo hizo luego de firmar una resolución que dice que “en ningún caso podrán autorizarse actividades en las que se traten, de manera directa o indirecta, asuntos de carácter político partidario o se utilicen símbolos de partidos políticos”, en la escuela.
Entonces, si lo sagrado no es universal, cuando el máximo responsable de la política educativa del gobierno Cambiemos de María Eugenia Vidal dice que la escuela es sagrada, ¿qué concepción de lo sagrado está asumiendo y proyectando para la totalidad de la población? Si lo sagrado no es una sola cosa, ¿qué es una escuela sagrada para un gobierno de derecha?
No tocar ni transformar. En primer lugar, para el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, una escuela sagrada es una escuela sin conflicto ni debate. Que no se toca. Donde nada se transforma ni se discute. Para ellos lo sagrado está por encima de los hombres, es inmutable. Por esta razón asocian la negación de la política y la afirmación de sacralidad.
Cuando aseveran “esto es sagrado”, están diciendo “esto no se cuestiona; no lo tocan los hombres y las mujeres (y menos los niños y los jóvenes) de carne y hueso”.
Pero en Argentina hemos luchado por una escuela que no sea sagrada, sino que sea pública, terrenal, humana. Que sea un lugar donde se busque el bien común. Donde todo pueda ser puesto en cuestión y en debate. Un espacio de libertad. Un territorio de los niños peculiares (de los que metafóricamente habla la película de Tim Burton) y al mismo tiempo de construcción del todos y todas. Una escuela que haga lugar a la imperfección humana, a sus dolores y temblores. Que tenga olor, color, la carnadura del mundo. Que cobije los sentimientos de injusticia y convoque a la lucha por lo justo. Que se embarre en los zapatos cansados del otro.
La escuela en Argentina, incluso en la tradición sarmientina que dice asumir este gobierno, es una escuela para tocar, para “profanar”. Es decir, es una escuela que tiene el anhelo de asumir que las cosas no están dadas de una vez y para siempre y que por lo tanto pueden ser modificadas.
No pensar ni decir. Con sus luces y sus sombras –y a veces más que sombras: con sus horrores y errores, que no son lo mismo– la escuela argentina se funda en una tradición que tiene como horizonte la libertad de conciencia en una plataforma democrática. Es decir, que habilita las diferencias de pensamiento e incluso el conflicto entre estas diferencias, lo cual además está expresado en marcos legales. Para ello es una escuela que se plantea el objetivo de argumentar y razonar. Pensar y decir. La escuela no trabaja en la dimensión de lo inefable sino que por el contrario tiene su sentido en el marco del argumento y la palabra que tramita el conflicto.
Finocchiaro dice que la escuela debe ser sagrada y decide por resolución que no habrá política en ella. ¿Hemos escuchado en algún momento de la historia argentina que se prohíba la política por resolución y que se ubique a la escuela en el espacio de aquello que está por encima de los hombres? Esto solo se le ocurrió a los dictadores. Y es una ocurrencia claramente autoritaria en el marco de gobiernos autoritarios.
Con este gesto el ministro de Vidal ubica a la escuela bonaerense en la tradición de una pedagogía ya arcaica, de aquellas masas mudas que según el más importante pedagogo americano, Paulo Freire, estaban “impedidas de participar creadoramente en las transformaciones de su sociedad”. Una pedagogía en la que no caben profesores “en contra de la miseria en abundancia”, como planteaba el mismo Freire. Una escuela alienada, sin conciencia, aquella conciencia que de acuerdo a Saúl Taborda –otro de los grandes– es la resonancia de la humanidad que nos rodea.
Es que no existe sociedad, ni conciencia, ni creación, ni transformación, sin política, porque esta es, en su sentido más estricto, el interés público, aquello que es de todos, lo que nos imbrica.
Sagrado es el capital. También es posible seguir con la pregunta por otro lado, trenzado con lo anterior: ¿qué es sagrado para un gobierno que prioriza enriquecer a los ricos de siempre en detrimento de los más humildes, esa categoría que jamás pudo tomar la sociología pero que habla de las mayorías que lo pierden todo si no hay igualdad y libertad?
Este es un tiempo histórico donde las más grandes catedrales no son ni siquiera aquellas donde están los arzobispos como Aguer, sino que son los bancos y las corporaciones. Un tiempo donde tenemos gobiernos que asumen que lo único sagrado de verdad es el capital. En su nombre todo, incluso la muerte y la miseria de mayorías.
Cuando un integrante de un gobierno que cree que lo único sagrado es el dinero, dice “la escuela es sagrada”, ¿qué quiere decir? La respuesta parece obvia. En ese camino, la escuela pasará a ser un gasto y no un derecho: cuando el dinero es sagrado, los derechos son profanos. Y se irá transformando en un bien para el consumo de quien lo pueda pagar.
La política educativa que María Eugenia Vidal le propone al pueblo bonaerense se construye desde un lugar de enunciación sustentada en verdades monolíticas, totalizantes, que anulan la heterogeneidad social. Un semiólogo podría decir: una ética dogmática.
El posicionamiento preocupa por su sordera, porque es incapaz de identificar la complejidad de la dinámica social, las tensiones eminentemente políticas. Pero más que sus limitaciones, preocupa su performatividad: amenaza a la producción de conocimientos, a la construcción social de sentidos con el garrote autoritario del pensamiento monolítico que configura una escuela yerma, incapaz de producir una sociedad justa, libre y soberana.
(*) Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP) y concejala de la ciudad de La Plata (FpV Nacional y Popular). Artículo publicado hoy en el diario Página/12.