Con diferencia de algunas horas se conocieron dos noticias muy tristes para nuestra literatura. La muerte de Alberto Leiseca y Andrés Rivera. Se van dos escritores fundamentales que hicieron de su oficio una pelea sin tregua.
Laiseca murió el jueves al mediodía, en el Hospital Británico, de la Ciudad de Buenos Aires. Tenía 75 años. Había nacido en la ciudad de Rosario en 1941, pero se crió en Camilo Aldao, un pueblo en el sur de Córdoba. A los 35 años publicó su primera novela, Su turno para morir. El libro se publicó en 1976, comentó Notas: periodismo popular.
Realizó casi toda su carrera en el territorio de la prosa. Escribió 13 novelas y cuatro libros de cuentos. Entre ellos Los Soria, Matando enanos a garrotazos, El gusano máximo de la vida misma y Aventuras de un novelista atonal.
En el año 2002 inició un ciclo en la pantalla del canal I-Sat, narrando cuentos de terror clásicos. Con su solo cuerpo y su voz como toda herramienta generó un programa de culto.
Su lugar en la tradición argentina, como el de todo escritor, no es posible definirlo en lo inmediato. Sabemos, en todo caso, de su enorme distancia con las líneas centrales del campo literario. En una entrevista del 2014 para la revista N le preguntaron a qué tendencia estética sentía afinidad. Él respondió: “No, con ninguna, porque como ya te dije no hay escuela o tendencia que no haya tenido fatales errores. “Yo soy tal cosa” (Risas). Es muy cómodo, lo reconozco. A mí también me gustaría poder decir “Yo soy esto”. Porque entonces ya no estoy solo, pertenezco a un grupo… ¡Claro! Pero no… ¡Mucho-me-temo-yo-esté-solo! Es más difícil, pero es más honesto”
Uno de sus esfuerzos mayores fue la formación de escritores. Muchos de los escritores que hoy están desarrollando su obra fueron parte de sus talleres. Desde Leonardo Oyola hasta Selva Almada, pasando por autores como Juan Guinot y Sebastián Pandolfelli.
Al conocerse la noticia de su muerte muchos lectores, libreros y escritores utilizaron las redes sociales para despedirse. El poeta Juan Rapacioli lo recordó en la noche del jueves de esta manera. “Me abrió la cabeza a garrotazos. Primero me atrapó con su voz, después con sus libros. No me olvido las charlas, el humo, la risa. Si estaba triste, parecía un novelista ruso apuñalado por la existencia. Si estaba contento, no faltaban los chistes de todos colores. Siempre el humor, siempre el delirio. También la noche, el dolor, la sombra de Poe. Estoy triste, siento que tengo que llevarle unos cigarros, unas latas de birra o un whiskisito, como siempre decía. No puedo creer que se haya ido. Pero sé que se fue como un soldado. Le conocía el rostro a la muerte. La esquivó muchas veces, la peleó como nadie. No tuvo el reconocimiento que se merecía, tuvo el cariño que lo sostenía. En el fin de este año absurdo, lo puedo ver entrando armado a la selva de Vietnam”.
Andrés Rivera, la voz de un sueño eterno. Murió a los 88 años. Había enfrentado una cirugía de cadera pero tuvo complicaciones posteriores. Había nacido el 12 de diciembre de 1928 en la ciudad de Buenos Aires. Y se había criado en el barrio de Villa Crespo. Hijo de madre ucraniana y de padre polaco. Andrés Rivera es el seudónimo que utilizó Marcos Ribak para escribir una literatura inolvidable.
Su primera novela, El precio, apareció en 1956. La última, Kadish, en 2011. En esos 55 años dedicados a la literatura trabajó en los géneros cuento y novela breve. En este último su aporte fue fundamental.
Cuando le preguntaron en 1996 cómo había empezado a escribir, él respondió: “Nací en un hogar obrero. Mi padre, que era dirigente sindical, necesitaba leer, necesitaba saber. Por esa época, se reunían en mi casa otros hombres como mi padre. Bajaban de los andamios, salían de los talleres metalúrgicos, emergían de los talleres de sastres y allí estaban. Tenían pocos escritores para citar, pero los citaban, necesitaban ese mundo abstracto de la letra para afirmarse. No hubo alternativa para mí. En un momento abrí un cuaderno y empecé a escribir”.
En La revolución es un sueño eterno –posiblemente su novela más leída- retomó la voz de Juan José Castelli, orador de la Revolución de Mayo, en sus últimos días. Ya tomado por el cáncer de lengua y teniendo que enfrentar las múltiples traiciones a la revolución que él mismo había ayudado a nacer. Fue editada por primera vez por el Grupo Editor Latinoamericano en 1987.
Antes y después la historia argentina sería escenario para sus ficciones. En El Farmer recuperaría la voz de un viejo Juan Manuel de Rosas en el exilio inglés. En ese Manco Paz, la del general José María Paz. Su escritura construyó un estilo único que por momento adquirió la densidad de la poesía. En 1992 recibió el Premio Nacional de Literatura.
Desde 1995 vivió en el barrio de Bella Vista, en la ciudad de Córdoba. Junto a su esposa, Susana Fiorito, organizó una biblioteca popular y coordinó un ciclo de cine.
En una entrevista con Página/12 le preguntaron por qué escribía sobre personajes derrotados, a lo que Rivera respondió: “Ellos nos enseñan cómo equivocarnos menos. Los verdugos, por supuesto, no me interesan, porque son siempre los mismos, tanto los que mandan a matar como los que matan. Dígame la verdad, ¿usted conoce a algún hombre o mujer de derecha que sea culto e inteligente, las dos cosas juntas? Yo soy del bando de los derrotados, por elección. Por ellos y sobre ellos escribo, y eso que ya he escrito demasiado”.