Como siempre sucede en la historia, los momentos de insolución (valga el neologismo) en campos específicos de la práctica intelectual, son resueltos desde la práctica política en el conjunto de la sociedad. Los medios de comunicación son sujetos y actores protagónicos, centrales de un campo de la puja por el poder, que se expresa en su propia economía política. Gran parte de los dueños de la estructura agroexportadora argentina hegemónica coincide con las masas societarias propietarias de los medios de comunicación. Esas y otras definiciones surgen de la entrevista que en julio de 2011 la revista La Jiribilla, de Cuba, le hiciera al director de AgePeBA, Víctor Ego Ducrot. Más de cinco años después y con las dramáticas transformaciones que sufrieron los escenarios políticos respecto de aquél entonces, muchos de sus conceptos sobre la agenda en Comunicación y Política tienen vigencia o pueden ser útiles para el actual debate. Por eso hoya la reproducimos.
Por La Jiribilla, desde La Habana / Entre las llamadas ciencias sociales, la Comunicación continúa intentando encontrar su sustrato teórico fundamentalmente a partir de préstamos conceptuales y metodológicos de otras esferas del conocimiento. Para algunos investigadores, esta suerte de “sistematización” es percibida como debilidad más que como fortaleza. Es el caso del doctor en Comunicación por la UNLP, el argentino Víctor Ego Ducrot, profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma UNLP, y cuyo trabajo en los medios de comunicación y la academia, y su particular manera de aportar a la teoría desde la praxis periodística, le han valido gran prestigio en su país y en Latinoamérica.
Su postura, severamente crítica con la apropiación latinoamericana de los estudios culturales y los estudios semiológicos, así como con los esfuerzos teóricos desarrollados en el continente, ha sido y puede continuar siendo ampliamente cuestionada. Sin embargo, los proyectos más recientes de Ducrot alrededor del análisis de medios han hecho que sus criterios y experiencias sean solicitados desde varios espacios investigativos del área. Por tal motivo, el periodista argentino —de cuyo vínculo con Cuba puede anotarse, entre otras, su larga colaboración con la agencia Prensa Latina— estuvo en nuestro país ofreciendo un taller sobre observatorios de prensa en el Instituto Internacional de Periodismo.
Por segunda vez, La Jiribilla tuvo oportunidad de intercambiar con el también profesor de la Universidad de La Plata, en un encuentro que tuvo como motivación principal la indagación sobre el modelo teórico-metodológico que constituye el observatorio y la práctica periodística en medio de lo que él mismo llama “vértigo de las nuevas tecnologías”.
¿Cómo concibió el diseño del Observatorio de Medios y en qué contexto surgió?
El Observatorio de Medios es un instrumento nacido desde la academia a partir de un recorrido articulado que reconoce como antecedente la práctica profesional. No es habitual que en las escuelas de Comunicación y Periodismo en Argentina confluyan en los sujetos un recorrido profesional importante con uno académico. La idea del Observatorio, en sus orígenes, fue el de tener un modelo propio, en confrontación con los modelos teóricos vigentes en el poder académico en Argentina y el mundo.
El Observatorio está pensado desde la universidad pública como herramienta de intervención política. Desde el inicio mismo de la idea, nos propusimos que no fuese un ejercicio académico en sí mismo, es decir, un ejercicio que se agotase como una liturgia retórica en términos de la academia, y que se asumiese como producción discursiva en el campo de la confrontación simbólica.
En los años 80 —debido a una necesidad de proveer de mano de obra especializada a las grandes corporaciones en América Latina— habían emergido las carreras de Comunicación. Por este precedente, en todo el continente, independientemente de sus liturgias, sus biografías y programas, todas estas carreras se basan en un paradigma neoliberal. Están pensadas en términos de una construcción teórica muy atravesada por la Escuela de Frankfurt, los Estudios Culturales, la Teoría Crítica y los Estudios semiológicos, que ha sido la batería sustancialmente puesta en ejecución por los grandes centros universitarios hegemónicos del mundo.
El primer obstáculo para analizar las carreras de Periodismo y Comunicación —a partir de los observatorios, como se había pensado en el Foro de Porto Alegre— residía en una falacia sustancial: nuestras carreras, especialmente las vinculadas al campo del Periodismo, carecían de un modelo teórico propio. Había presupuestos, instituciones formadoras, voluntades políticas de los estados de financiar carreras de Comunicación y Periodismo desde los espacios públicos; y había matrículas, grados y posgrados de una disciplina que no tiene teoría particular. Fue un hallazgo sintomático y preocupante y, a la vez, un choque frontal con el poder académico. Muchas veces ese poder académico oculta una gran puja económica, pues hay mucho dinero detrás de la academia en carreras, en papers o en la industria del posgrado.
Esta carencia de modelo teórico propio mostraba que los presuntos esquemas eran tomados de otros campos. El primero y más vulgar de todos era dar identidad teórica a lo que llamamos manual de prácticas periodísticas, que no es más que la clasificación de rutinas. En un segundo plano, se encontraban los llamados Estudios Culturales, con una fuerte impregnación de Frankfurt y Birmingham. Y un tercer elemento que describía ese contexto era el amplio dominio de los apasionantes estudios semiológicos en nuestras carreras, que aun cuando ofrecía algunas herramientas válidas para el análisis, no permitía un diseño propio del periodismo.
Nos planteamos entonces trabajar en dos planos: la disputa ideológica al interior de la academia y el insumo teórico-metodológico para la aprehensión de herramientas de intervención política, en el seno de la sociedad y el estado. Pensamos dos aplicaciones del modelo: la producción y el análisis de contenidos periodísticos. Finalmente, la herramienta surgida de allí para analizar los contenidos de textos periodísticos, es el Observatorio de Medios.
Como siempre sucede en la historia, los momentos de insolución (valga el neologismo) en campos específicos de la práctica intelectual, son resueltos desde la práctica política en el conjunto de la sociedad. Por ello, decimos que el Observatorio de Medios fuera un insumo para la adopción de decisiones políticas. No concibo la academia sin una militancia política efectiva. Entendimos que ese era el espacio político desde el cual podíamos aspirar a que el enfrentamiento con la corporación oligárquico-mediática en el país propiciara una confrontación que saliese de las fronteras de la academia y la micromilitancia. Es decir, que la confrontación mediática se incorporase a la agenda política de la sociedad argentina.
En el nuevo escenario político de América Latina, uno de los aspectos que quizá más enjuiciamientos ha merecido, es el de las relaciones entre poder y comunicación. Los medios no han podido ser un reflejo de los cambios políticos del continente. ¿En qué medida esto puede tener efectos negativos?
Los medios de comunicación son sujetos y actores protagónicos, centrales de un campo de la puja por el poder, que se expresa en su propia economía política. Gran parte de los dueños de la estructura agroexportadora argentina hegemónica coincide con las masas societarias propietarias de los medios de comunicación, como es el caso de Clarín, por ejemplo. Para nosotros, las teorías de las mediaciones son obsoletas. Los medios no median nada, los medios actúan sobre la realidad en definición de una posición en la puja por el poder.
¿Por eso no menciona —cuando hablamos de los modelos con que funcionan las academias de comunicación en América Latina— a los estudios latinoamericanos de recepción o sobre las mediaciones?
Nosotros somos refractarios con respecto a los denominados estudios latinoamericanos. América Latina está viviendo un fenómeno cultural que no pueden explicar las herramientas de la escuela de Frankfurt. Lo explica más el barroco de Lezama que tales teorías; más Sor Juana Inés de la Cruz que Walter Benjamin. Acá se disputan un paradigma y una cosmogonía.
Creemos que los periodistas y los medios de comunicación no nos dedicamos a informar, la información es una herramienta y la utilizamos como un escalpelo para la producción de sentidos comunes. Nos diferenciamos de las luces del positivismo. Los medios de comunicación son instrumentos desde los cuales hay que cuestionarse esa artefactología cultural. No creemos en el destino luminoso de la humanidad, creemos en el destino luminoso de las acciones de los humanos, y los medios de la comunicación se deben a ello.
La producción simbólica capitalista sufrió el mismo proceso de concentración de la economía: entre finales del siglo XX y principios del XXI, se han concentrado en los diarios y los medios globales. Y el rol de estos medios concentrados es generar sentidos en orden de un sistema de valores que convalide esa concentración económica. Los principios de verdad son sentidos de clase, producciones culturales que atraviesan toda producción periodística.
La prensa cubana está también inmersa en este proceso, y no tiene por qué no serlo: no hay otra práctica periodística en el planeta Tierra que no sea producción de sentidos. El punto de objetividad como establecimiento de verdades es el principio de eficacia, así funcionan todas las profesiones. Los medios del espacio contrahegemónico —dentro de los cuales se incluye el Observatorio— estamos aplicando la experiencia de las primeras prácticas periodísticas no profesionales en el establecimiento de principios de verdad. Estamos recuperando un escenario del siglo XIX: el enunciado. Apostamos por deconstruir principios de verdad; pero queremos sustituirlos por otros principios de verdad.
El trabajo contra los monopolios y contra el poder hegemónico asfixiante se hace desde la palabra, con el objetivo de recuperar la condición humana. Los medios de comunicación reproducen más que palabras, y, en la medida en que un grupo de monopolios sean los responsables de más del 70% de la producción simbólica a nivel mundial, se estará atentando contra la condición humana.
El Observatorio, como metodología, ha sido importante “para desmontar las gramáticas de los grandes medios”. Como parte del trabajo, ¿han usado también esa herramienta a la inversa, es decir, para analizar las narrativas de los medios contrahegemónicos?
Muchas veces.
¿Cómo ha sido la experiencia?
Uno de los grandes problemas de las construcciones contrahegemónicas suele ser la impericia comunicacional. Se tiende a trastrocar el adjetivo: lo que para ellos es malo, para nosotros es bueno. Acá lo que se debate no es el episteme profundo de la Comunicación porque no se le conoce, lo importante es saber si hay una independencia formal entre un proyecto teleológico en busca de fines y su discurso. ¿Es posible construir una sociedad sin discriminados por su propio peso? Quien responda esa pregunta, hallará la clave de por qué la producción simbólica del campo autodenominado contrahegemónico es tan poco eficaz.
El Observatorio se entiende como ente de práctica pensante, pero ¿cómo se conjugan desde la Universidad los saberes prácticos y teóricos, si no se han zanjado todavía las diferencias entre la visión que se tiene del profesional desde los medios y la idea del profesional que se forja en la academia?
Ustedes lo tienen escrito por Lezama Lima. Tienen esa frontera donde solamente el barroco latinoamericano puede trazar una línea sutil entre la ficción y el ensayo; tienen a El reino de este mundo, que no sabemos si es una novela o un gran ensayo… La academia hegemónica nos obliga a discriminar. Hablando menos metafóricamente, me inscribo entre quienes consideran que los institutos superiores de Periodismo tienen que desagregarse de los institutos de estudio de la Comunicación. Es una necesidad, al menos hasta que encuentren su objeto de estudio.
¿Por ello, el principio de funcionamiento del Observatorio parte básicamente del estudio de la praxis periodística?
De alguna manera, sí. El Periodismo es una condición de la Modernidad. Llevamos más de 200 años en la práctica y tenemos legitimidad como para pensarnos a nosotros mismos. Especialmente, porque nuestra esencia es la producción de sentidos y eso hace del Periodismo un ejercicio altamente atravesado por una fuerte densidad intelectual. Si los alquimistas no se hubiesen pensado a ellos mismos desde la alquimia, no tendríamos antibióticos.