Treinta y ocho fueron los asesinados por el gobierno radical de Fernando De la Rúa en aquellas jornadas del hartazgo, hace 15 años. Nombres más, nombres menos aquellos hoy vuelva a estar en el gobierno, en esa danza perversa entre nietos de “la Fusiladora” e hijos de la dictadura. Las cloacas exudan y Carrió dijo el domingo por TV, su mundo, se trinchera provocadora: “El 20 de diciembre de 2001, los que mataron en Plaza de Mayo, estaban enviados por la Provincia de Buenos Aires. Los muertos del golpe a De la Rúa son muertos puestos por los que querían el poder”.
Seremos breves. Nuestras páginas están colmadas hoy de homenajes. Una noche de calor pegajoso, así como venía, entre golpes de cacerola – nunca me gustaron esos ruidos pues fueron inventados a principios de los ‘70 por los momios chilenos que pidieron la muerte de Salvador Allende -, bocinazos y batifondo con lo que se pudo miles de porteños se encaramaron a pata hasta el Congreso.
Comenzaban las protestas decididas contra una década de infamia neoliberal. Sectores medios urbanos confluyeron con los desposeídos de los ’90 y sus movimientos piqueteros. Al día siguiente, hacia la Plaza de Mayo. Nos defendimos con piedras, y con lo que encontrábamos sobre las veredas. Los más pibes cubrían las espaldas de los más veteranos.
Y llegó la muerte. Los asesinados por el gobierno que debió rajarse en helicóptero, pero que, como se escribió recién, nombres más nombres menos, volvieron de la mano de Mauricio Macri. El resto es historia conocida, y futuro incierto,
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