A Milagro la tienen presa por cabeza, pobre y quilombera con razón. Macri dice que ello debe ser así porque a muchos argentinos así les parece. El jefe de Gabinete Marcos Peña, sin parpadear, se llevó puestos siglos de ciencia y conocimiento. Por eso nuestro columnista ocasional, proveniente del otro lado del mar y anclado en la barrosa Buenos Aires, la emprende en tanto humor como gesto de exorcismo, con amigos y a veces no tanto pero esforzados narradores o intérpretes de los hechos que desvelan a quienes, desde las prácticas del periodismo, con Gutemberg, con Xerox o entre algoritmos, se esfuerzan por contar que nunca nada está perdido, que siempre habrá tiempo para que “los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”, como decían los republicanos, también de allende los mares. ¡Y viva la memoria del nuestro, Salvador, el que no rindió La Moneda, huevones (y huevonas)!
Por Xavier Lautréamont o XL (*) / Quiero aclararlo desde el principio de todos los principios. Ningún vínculo de sangre ni intelectual cumplimento me une o empareja con Isidore Lucien Ducasse, el poeta francés que nació en Montevideo en 1846 y falleció en París en 1870; y que tanto y tan bien haya sido conocido como el Conde de Lautréamont. Sin embargo, semejante casualidad de apellidos, y no piensen que en el sentido de aquella vieja acepción en desuso según la Real Academia – “seña que se daba a los soldados para que se aprestasen a tomar las armas” -, sino de jeta al más vulgarcito de todos, que no Pulgarcito, el de las hadas de los Grimm, es decir el del nombre familiar de uno nomás; semejante casualidad entonces me obliga a la cita del otro Lautrémont: “Viejo océano, eres el símbolo de la identidad: siempre igual a ti mismo. No presentas cambios fundamentales, y si tus olas en alguna parte están encrespadas, más lejos, en otra zona, se encuentran en la más completa calma. No eres como el hombre que se detiene en la calle para ver cómo se toman por el cuello dos bull-dogs, pero que no se detiene cuando pasa un entierro; que por la mañana está afable y por la tarde malhumorado, que hoy ríe y mañana llora. ¡Te saludo, viejo océano! (…). Viejo océano, tu grandeza material sólo puede medirse con la magnitud que uno se representa de la potencia activa que ha sido necesaria para engendrar la totalidad de tu masa. No se te puede abarcar de una ojeada. Para contemplarte es imprescindible que la vista haga girar su telescopio con movimiento continuo hacia los cuatro puntos del horizonte, del mismo modo que un matemático está obligado, para resolver una ecuación algebraica, a examinar por separado los distintos casos posibles, antes de superar la dificultad. El hombre ingiere sustancias nutritivas y realiza otros esfuerzos dignos de mejor suerte para dar idea de que es corpulento.. Que se hinche todo lo que quiera esa rana adorable. Quédate tranquilo, nunca igualará tu volumen; por lo menos ésa es mi opinión. ¡Te saludo, viejo océano!”. ¡Ay Maldoror!
Efectivamente, para hacerlo más fácil y sin tantas explicaciones suelo firmar mis esporádicos textos con la yugular XL, signatura que también mueve a malos entendidos textiles pero ni modo, como dicen los mexicanos cuando las cosas son lo que son o es lo que hay; y ya que estamos les cuento: deambulaba sin compás ni sextante por esa avenida desangelada que tienen los porteños y que se llama Córdoba, me imagino por la del burrito serrano y la peperina más que por la de la Mezquita y el Alcázar de la Andalucía, la del cante y la del Camarón cuando él tiembla en su música: “lo que tu querer me cuesta, tres añitos de enfermedad, y tres de convalecencia, era una tarde de abril, cuando ya llegaba el alba, floreando los jardines, de flores que Dios guardaba, yo vi sacar tu pañuelo, yo vi como lo bordabas, con roca de pedernal, yo me he hecho un candelero, pa yo poderme alumbrar, porque yo más luz no quiero, yo vivo en la oscuridad”. Sí, sobre el Camarón de la Isla acabo de escribir.
Caminé, caminé y caminé. Solos los rumbos rojos y a velocidad de los taxis, una pareja abrazada y casi de gambeta entre la baldosas porque eso de comerse a besos en la caminata a veces resulta de curso frágil, como escorado por babor, escorado por estribor. Vi una lamparita azul en un zaguán con escalera, me imaginé “una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall, corrompiéndose al centro del miedo y yo, que no soy bueno, me puse a llorar. Pero entonces lloraba por mí, y ahora lloro por verla morir”. Y entré: “Hice un montón de jam sessions, muchas madrugadas, mucha buena comida, vida sana, ya sabes, pero por lo general, mucha pobreza. Sólo música. Es tocar claro y enfatizar las notas bonitas. No toques el saxofón. Deja que él te toque a ti”, decía Charly Parker; y allí me quedé, con sus sonidos que no son furia, perdón amigazo Faulkner.
Me fui. Dormí. Desperté. Me invitaron a la redacción. Milagro sigue presa por cabeza, pobre y quilombera con razón, pero Macri dice que lo está porque a muchos argentinos les parece que así debe ser. El presidente de los argentinos se caga en la Constitución y en años y años de leyes y derechos democráticos. Marcos Peña, muy suelto de cuerpo, dice por TV que el pensamiento crítico le hizo muy mal a este país, que la inteligencia pasa por el optimismo y la esperanza; como su jefe también se caga, pero él en toda posibilidad de conocimiento nuevo; le hace pito catalán con gesto bobalicón a Maimónides, a Spinoza, a Darwin, a Marx, a Freud, qué se yo, a Borges y los pibes y pibas que hoy hacen neurociencias pese al cara rota de Lino Barañao; y a tantos otros. A los pibes los mata la cana porque los dueños de la inseguridad son ellos, los de azul o gris o verde. no importa el color, los del patrullero. A los laburantes los mata el patrón, total son casi 28 mil los obreros que murieron por “accidente de trabajo” desde 1996 a la fecha; y son aquellos, los patrones, quienes te rajan del laburo, los que te pagan para que comas tarde, mal y nunca; ¡que se pensaban ustedes, que lo de comprarse televisores e irse de vacaciones duraría para siempre! Lo dijeron, sí lo dijeron. Y no sigo. Sólo que los colegas toman los teléfonos para saber y después escribir o lo que sea en esta era de los medios digitales, con la esperanza de poder con algo ante la inmensidad prepotente del aparato comunicacional del garcaje, de los garcas que siempre pertenecieron a él, sin un paso al costado, y de los que la jugaron a estar del otro lado y después se alzaron con la guita, dejando en tendal, o trenzan con cualquiera, a lo Spolzky o lo don Cristóbal, claro con los engolados que la chamuyan.
Si no le ponemos algo de salsa con farsa y humor no sobreviviremos dijo uno de los periodistas que suele tener arranque de brillo, y sobre la pared colgó una cartulina con caricaturas improvisadas de quienes “nos salvan”, dijo a la hora de entender y escribir: el dirigente siempre presto, el especialista que siempre está, pero que tampoco se pierde una; el bucólico de la bondad; el por ahora no porque la interna se complicó, y tantos más.
La cartulina con caricaturas que me inspiró, y este texto mismo, en realidad son un homenaje cariñoso a los que siempre ayudan a quienes la yugan contra esta especie de plaga que nos cayó sobre el lomo. Espero que nadie se enoje, que prime el humor; o prima, como les parezca o, mejor dicho, lo que “haiga” en la familia. Qué quienes apelan a él – al humor sin el cual no sobreviviríamos – los quieren mucho y siempre les estarán agradecidos.
(*) Columnista invitado de AgePeBA.