Acerca de la muerte de Matías Kruger, joven operario que se desempeñaba en la Línea H, de los subterráneos de la ciudad de Buenos Aires. El diccionario de la Real Academia dice que genocidio significa “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”. ¿Y por su condición de trabajador no? Preferimos esa acepción más amplia. Y en 2014 la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, entre el año 1996 y el año 2014 fallecieron 16.891 trabajadores a causa de “accidentes” de trabajo. Estos datos sólo se refieren a los trabajadores registrados, pero no tienen en cuenta a los que están sin registrar (en negro). Pero la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC sostenía que, entre los años mencionados, la suma de los trabajadores registrados y los precarios dio un total de 27. 508 trabajadores muertos en “accidentes laborales”.
El miércoles pasado, la desidia patronal, según denunciaron los sindicatos del sector, provocó la muerte de otro trabajador. ¿Y van cuántos?. Se trata de Matías Kruger, joven operario que se desempeñaba en la Línea H, Falleció electrocutado en el Taller Colonia, mientras realizaba tareas de mantenimiento. El hecho detonó un paro total en todas las líneas del Subte y en el Premetro.
En los últimos 5 años, otros cuatro trabajadores fallecieron. Tres de ellos, por recibir descargas eléctricas. Pero, como denunció ayer el Frente Bordó-Violeta del Subte –referenciado con Claudio Dellecarbonara y otros dirigentes independientes de la Comisión Directiva- en estos años “decenas de compañeros han sufrido choques eléctricos, varios con quemaduras de extrema gravedad”.
La Izquierda Diario consigna que “ayer por la tarde se conoció la noticia de que la Fiscalía Nacional en lo Criminal de Instrucción 40, investigaba la responsabilidad penal del encargado del taller donde falleció Matías. Junto a la empresa, buscan centrar la discusión en la que suele presentarse como “falla humana”, para evitar que quede a la luz la desidia de la propia empresa, que se ha manifestado en múltiples ocasiones. Un repaso de los últimos meses lo deja a la vista. El pasado 7 de noviembre la estación de Constitución tuvo que ser cerrada para evitar muertes o daños físicos a pasajeros y trabajadores. Allí, una formación había chocado contra las columnas del taller, provocado daños en la estructura. A pesar del riesgo, la empresa permitió que esto ocurriera. En ese momento, Néstor Piriz, delegado de la línea de la C, le dijo a La Izquierda Diario que “la empresa Metrovías, en su afán de querer recaudar, lo que hace es habilitar la línea con un solo andén” lo que ocasionaba que se empezaron a caer partes del techo. Fueron los propios trabajadores, los que limitaron el servicio para no tener que lamentar daños mayores. Apenas un mes antes, en octubre, era los pasajeros de la Línea A quienes, como resultado de un desperfecto en un vagón, debían abandonarlo y caminar por las vías para salir del andén. Las mismas están electrificadas. Según los testimonios brindados por los pasajeros, antes de que el tren se detuviera se escucharon dos explosiones. El pasado 28 de agosto, en el marco de una fuerte tormenta que azotó a la Ciudad de Buenos Aires, varias estaciones de Subte se inundaron. En la línea C, los trabajadores se vieron obligados a cerrar las mismas por cuestiones de seguridad”.
“Las muertes por accidentes de trabajo son un verdadero crimen social en la Argentina. Solo en 2015 fallecieron casi 800 trabajadores y trabajadoras por accidentes y enfermedades laborales. Una cifra escalofriante que, proyectada a lo largo de las últimas décadas, alcanza cifras de decenas de miles de personas fallecidas”, dice el mismo periódico digital.
El informe sobre accidentalidad laboral de 2015 –emitido por la misma SRT- mostraba que en 2015, 178.574 accidentes fueron a causa de pisadas; 130 mil por caídas; 84.342 por “esfuerzo excesivos”; 22.579 por caídas de objetos; 7.875 por “exposición a temperaturas extremas” y 1.301 por “exposición a la corriente eléctrica”.
El mismo medio recuerda a Alfred Russel Wallace, autor de “El siglo maravilloso: sus éxitos y fracasos”, de 1898, cuya pertinencia impresiona y por eso pasamos a reproducir algunos párrafos de la misma.
“Transcribimos algunos párrafos de El siglo maravilloso: sus éxitos y fracasos difundido en la actualidad por Stephen Jay Gould en Las piedras falaces de Marrakech Dejemos que cada muerte que se pueda atribuir claramente a una ocupación peligrosa se convierta en homicidio, por el que los propietarios (…) hayan de ser castigados con prisión (…) y pronto se encontrarán maneras para eliminar o utilizar los gases tóxicos, y para proporcionar la maquinaria automática para transportar y empaquetar el mortífero albayalde, y el polvo de blanquear; como con toda seguridad se haría si las familias de los propietarios, o personas de su misma clase social, fueran los únicos obreros disponibles. Todavía más horrible que el envenenamiento por albayalde es el que produce el fósforo, en las fábricas de cerillas. El fósforo no es necesario para fabricar cerillas, pero es una pizca más barato y un poco más fácil de encender (y con ello más peligroso), y por esta razón se utiliza todavía en gran medida; y su efecto sobre los trabajadores es terrible, pues pudre las mandíbulas con el dolor agónico del cáncer, seguido de muerte. ¿Se creerá en las épocas futuras que esta fabricación horrible e innecesaria, cuyos daños se conocían al detalle, se permitió no obstante que siguiera funcionando al final mismo de este siglo, que afirma haber hecho descubrimientos tan grandes y beneficiosos, y se enorgullece de la altura de la civilización que ha alcanzado?
Los capitalistas, en tanto que clase, se han hecho enormemente ricos (…) Y seguirá siendo hasta que los obreros aprendan lo único que les salvará, y se hagan cargo del asunto por sí mismos. Los capitalistas no consentirán otra cosa que unas pequeñas mejoras, que puedan aliviar la condición de clases selectas de obreros, pero dejarán a la gran masa exactamente igual que se halla ahora.
Una de las características más prominentes de nuestro siglo ha sido el enorme y continuado aumento de la riqueza, sin que haya habido ningún aumento correspondiente en el bienestar del conjunto de la población; mientras que existen indicios abundantes que demuestran que el número de los que son muy pobres (los que subsisten con un mínimo de las meras necesidades vitales) ha aumentado de manera enorme, y hay muchas indicaciones de que constituyen una proporción mayor del conjunto de la población que en la primera mitad del siglo, o de cualquier período anterior de nuestra historia.
Alfred Russel Wallace nació y vivió en el Reino Unido en los años 1823 a 1913. Aparece en varios libros escolares por ser el científico que le mandó una carta a Darwin compartiendo sus ideas y estudios sobre la evolución por selección natural. Según narra S. J. Gould, Darwin consultó a su entorno de científicos cercanos qué hacer y decidieron adelantar la publicación de su obra. Darwin, nombró a Wallace en el prólogo de El origen de las especies diciendo: “Mi obra está ahora (1859) casi terminada; pero como el completarla me llevará aún muchos años y mi salud dista de ser robusta, he sido instado para que publicase este resumen. Me ha movido especialmente a hacerlo el que el señor Wallace, que está actualmente estudiando la historia natural del archipiélago malayo, ha llegado casi exactamente a las mismas conclusiones generales a que he llegado yo sobre el origen de las especies”. La obra de Darwin fue publicada en 1859 y la muerte le llegó a Darwin en 1882, es posible que la salud le hubiera mejorado luego de la publicación. Sin embargo, no hay registros de que a Wallace le hubiera molestado esta resolución. S. J. Gould nos cuenta que la posición social y económica de Darwin y Wallace era muy disímil, Darwin podía dedicar todas las horas de sus días a investigar sus colecciones además de trabajar en colaboración con los naturalistas más reconocidos de la época. Mientras, Alfred Russel Wallace escribía y daba conferencias sobre diversos temas de divulgación para ganarse su sustento. Engels, en “Dialéctica de la naturaleza”, nos cuenta que Wallace se interesó mucho por el espiritismo ¿interés propio o necesidad de vender sus publicaciones escribiendo sobre temas populares de la época? Estar en inmerso en los sectores populares y conocer las condiciones inhumanas de trabajo en las fábricas, no lo hizo dudar sobre el valor de los avances científicos y denunció con gran lucidez que los culpables son los capitalistas y sus ambiciones infinitas de ganancias.