¿Quiénes viven en las fronteras difusas que los medios tradicionales y las redes trazan con la sociedad? La consagración del empresario como presidente de Estados Unidos puso a la moda un tema que, en rigor de verdad, en términos conceptuales y más allá de su especificidad histórica, viene de los tiempos de la antigua Grecia. Y recordemos: “Las redes sociales son una cámara de eco (…). Las redes sociales, en lugar de conectar, aíslan”.
Por Víctor Ego Ducrot (*) / Para ampliar el título: ¿quiénes habitan entre los pliegues y los intersticios cubiertos por la bruma entre el cybermundo, el aparato mediático tradicional y los seres humanos de todos los días, que respiran, lloran, ríen y van al baño, y no como los superhéroes de la TV, que como los políticos, también de la TV, pareciera que nunca hacen pis? ¿Cuáles son los protagonistas, y los decires y silencios que sobreviven en esos territorios, si es que existen? Porque si le damos crédito sin beneficio de inventario, o a pies juntillas, que viene a ser lo mismo, a quienes por poco plantean que el mundo digital y la denominada inteligencia artificial explican todos y cada uno de los comportamientos sociales de nuestros días, tanto en la dimensión de lo político o a la hora de comprarse un par de zapatos, un sánguche de chorizo o una computadora de última generación, ni que hablar de elegir por lo “bello” y discriminar lo “feo”, por ejemplo, pues entonces estaremos regresando a Platón. ¿Y a ustedes les parece oportuno o necesario?
Las redes, las siempre redes.
Pablo Boczkowski, profesor y director del Master of Science in Leadership for Creative Enterprises, en la Northwestern University, de Estados Unidos publicó recientemente un artículo en la revista Anfibia acerca del fenómeno Donald Trump en las elecciones en la que el magnate se impuso sobre Hillary Clinton, referido al universo mediático del problema, texto del que resulta interesante tomar algunos párrafos: “la candidata demócrata recibió el respaldo de 229 diarios norteamericanos y 131 semanarios. Trump, apenas el aval de 13 medios. Pero en las redes sociales, el republicano supera con amplitud de seguidores e interacciones a la candidata demócrata. Esta tendencia divergente coincide con una contracción dramática en los medios de noticias frente una expansión fenomenal de las redes: los ingresos de la empresa The New York Times están estancados desde hace 5 años mientras Facebook los cuadruplicó. En los últimos meses, la mayoría de las organizaciones de noticias líderes y tradicionales en los Estados Unidos han conducido, de manera uniforme y consistente, una cobertura negativa de Donald Trump. Amplias notas periodísticas y elaborados artículos de opinión han indagado acerca de todos los aspectos concebibles de las declaraciones sexistas, racistas y xenófobas del candidato presidencial republicano. Los principales medios de noticias también han examinado las operaciones comerciales de Trump, desde la administración de sus casinos y proyectos inmobiliarios hasta sus prácticas impositivas, y reportaron profusamente sobre los aspectos menos positivos de estas operaciones (…). En los ciclos electorales de 2008 y 2012, las campañas del presidente Barack Obama superaron con creces a las de John McCain y Mitt Romney, respectivamente, en medios sociales. El presente ciclo electoral estuvo marcado por una inversión dramática de esta situación: la operación de medios sociales de Donald Trump ha superado con claridad a la de Hillary Clinton. En cuanto al número total de seguidores, el viernes 4 de noviembre, la página de Facebook de Trump acumulaba 11,9 millones de “me gusta” y su cuenta de Twitter contaba con 12,9 millones de seguidores. El número de Clinton fue de 7,8 millones y 10,1 millones. En otras palabras, a partir de ese día, Clinton tenía 53% menos “me gusta” en Facebook y 27% menos seguidores en Twitter (…). En una era de “click farms” y “bots” políticos, no todos los seguidores en medios sociales son genuinos, pero no hay razón para creer que esto pueda dar cuenta de la gran mayoría de cifras divergentes entre las campañas (…). A la luz de las a veces extravagantes prácticas comunicativas de Donald Trump, es posible que una parte de su público en medios sociales lo haya seguido para comprobar el último “post” escandaloso sin significar que apoyan su candidatura (…). La divergencia de tendencias entre los medios de noticias y los medios de comunicación social ocurre en un período histórico en el cual ha habido una contracción dramática en los primeros y una expansión fenomenal en los segundos. Por ejemplo, según el formulario 10-K que The New York Times Company —no sólo la empresa líder en el periodismo estadounidense sino una organización que ha apostado su futuro al mundo digital—presentado a la Comisión de Valores de EE.UU., los ingresos totales permanecieron en el rango de U$ 1.5 mil millones cada año, entre 2011 y 2015, con ganancias de más de $63 millones para 2015. En contraste, el 10-K de Facebook muestra un crecimiento de ingresos de 3.7 mil millones de dólares en 2011 a 17.9 mil millones, entre 2011 y 2015, con ganancias de 3,6 mil millones en 2015. En otras palabras, mientras que los ingresos de la empresa The New York Times se mantuvieron estancados durante los últimos cinco años, con un margen de beneficio del 4 por ciento el año pasado, los ingresos de Facebook se cuadruplicaron durante el mismo tiempo y alcanzaron un margen de beneficio del 20 por ciento en 2015. A pesar de las diferencias en sus estrategias y productos, todos los medios de comunicación —incluyendo los de noticias y los sociales— juegan en el mismo mercado, compitiendo por la atención del público. La marcada discrepancia en los desempeños del New York Times y Facebook es un indicador de la distribución de la atención de la gente en la sociedad contemporánea hacia los distintos medios de comunicación. Los gastos de publicidad siguen a esta distribución”.
Y algo más al respecto.
En el artículo “El futuro de los medios y la reconversión digital”, publicado por el diario Página 12 tras la victoria de Trump, Mario Blejman, del International Center for Journalists (ICFJ) e inspirador del llamado Media Party, dos creaciones decididamente abocadas al despliegue, casi a la militancia, del periodismo en la era digital, formula, entre otras, las siguientes apreciaciones: “dos semanas antes de las elecciones que dieron ganador a Donald Trump en Estados Unidos, una empresa de Internet que se dedica a la inteligencia artificial publicó un informe diciendo que el magnate republicano iba a ganar las elecciones. El sistema ya había predicho correctamente las últimas tres elecciones presidenciales de Estados Unidos, y aunque la noticia fue levantada por la mayoría de las plataformas digitales, nadie puso las manos en el fuego por ella. Nadie quería aceptar la realidad: el sistema MogIA de Sanjiv Rai tomó en cuenta 20 millones de datos sistemáticos extraídos de Google, Facebook, Twitter y YouTube, y acertó. En este caso, básicamente, la inteligencia artificial hizo predicciones de resultados en base a comentarios, expresiones de valor, cantidad de menciones, etcétera. ¿Cuál va a ser la nota más leída de mañana? Seguramente los algoritmos ya lo saben, e incluso las máquinas pueden escribir esas historias sin necesidades de la intervención humana. Associated Press, por ejemplo, puede generar hasta 2000 artículos por segundo de decente lectura a través de su proyecto Automated Insights que toma reportes de la bolsa, y resultados deportivos y los convierte en artículos dignamente legibles. En Argentina hay también algunos experimentos (…). El periodismo está reconstruyendo sus reglas, mientras la industria de Internet le come los talones. En las redacciones más innovadoras se usa la tecnología para la cobertura: las elecciones ya no sólo se realizan sólo con periodistas en los bunkers y encuestadores profesionales, sino también con equipos interactivos que visualizan datos en tiempo real. Las encuestadoras ya no son telefónicas sino que se ‘trackean’ las redes sociales con cientistas de datos, generalmente matemáticos o físicos, y los editores tienen que romper las burbujas que crean las redes sociales (uno lee lo que quiere leer, lo que leyó antes y lo que las redes sociales piensan que es importante para uno, dicen Google y Facebook). Los editores ‘humanos’ están dando esa pelea entre lo que se debe saber y lo que se quiere saber”.
Profetas, cotillones y penumbras.
Jaime Durán Barba, el “gurú” estratégico y comunicacional a quien se adjudica – y el se encarga de subrayarlo – la conversión de un mediocre empresario como Mauricio Macri, cuyo único crédito es pertenecer a una familia de la mafia corporativa que creció haciendo negocios con la dictadura cívico militar, en presidente de los argentinos, y además promotor visible de la gobernadora María Eugenia Vidal en círculos influyentes de Estados Unidos, quizá porque – y no sólo él – la ve como la futura estrella del firmamento derechista en el país, también le adjudica a las redes, a los médicos de comunicación sociales, según las más actualizadas denominaciones, el triunfo electoral de Trump. Recuérdese que una misma estrategia, compartida con quien incluso compitió y compite, el jefe de gabinete de Macri, Marcos Peña, vislumbró para el ecuatoriano parlanchín para su PROcliente: considerarían casi de nula influencia a los medios tradicionales y ponen el acento en forma casi exclusiva en las redes, a punto tal que actualmente Facebook y Google están entre los más beneficiados por la pauta oficial. Y la BBC, que según los códigos adocenados de lo mediático tuvo a su Trump antes, con el Brexit, señaló también que más de 200 diarios apoyaron a Trump y menos de 10 a Hillary Clinton, y que un similar proporción se registró entré los contenidos circulantes por Facebook, la red social de mayor alcance y para muchos el medio mismo de mayor impacto a escala global, y en cada uno de los países conectados. Lo que no queda tan claro es, a saber y a título de resumen: para el caso de Estados Unidos, cuántos de los destinatarios de las respectivas campañas leen lo diarios, pocos si se reconocen las tradiciones del estadounidense medio alejado de la política y menos aun sin concurre a votar apenas un poco más del 50 por ciento de padrón, y – lo que sigue excede a la sociedad de la hamburguesa y Walt Disney – cuántos de la masa enorme de conectados reparan en contenidos políticos en general y de campañas electorales en particular; seguro que muchos menos de los que se presupone entre quienes propagandizan el carácter casi sagrado de la era digital, y sobre todo si se tiene en cuenta el siguiente dato: en términos globales los usuarios de nuevas tecnologías – en su mayoría varones y mujeres de entre 10 y 40 años, casi el mismo segmento de las mayorías votantes en el mundo entero – ya han optado por la pantalla única del smart phone y que en su uso predomina en un mas 80 por ciento la comunicación interpersonal y las pulsiones exhibicionista, estimuladas por la ficción de que “lo que subimos” llega a millones de personas y no a un reducido universo de “amigos”, “me gusta” y “seguidores”, más asientos en microchips que seres reales.Y esa penumbra sirve a los propósitos de quienes adoptaron como actitud intelectual un neo shamanismo puesto a desentrañar los misterios del tótem y del fetiche de la nuevas tecnologías, para bienestar, es obvio, de la corporaciones que actúan en esas gigantesca industria,
Sin embargo, siempre sin embargo.
En términos de inteligencia artificial existen sistemas de alta precisión para tareas tales como el análisis de los sentimientos y el reconocimiento facial, mientras que otros, aún más avanzados, pueden resolver problemas de geometría y álgebra. Ahora, un equipo de investigadores del Instituto Allen y de la Universidad de Washington ha diseñado un algoritmo que utiliza todos los datos disponibles en Internet para analizarlos, memorizarlos y reconocerlos. El proyecto se llama Levan y, afirman sus precursores, puede aprender en un corto periodo de tiempo «todo sobre cualquier cosa». Lo que es también sorprendente es que no está supervisado por ningún humano, ya que utiliza la web por sí mismo para aprender todo lo que necesita saber. Y como escribí: sin embargo, porque: “hay gente que usa Internet para tener acceso a más información, pero creo que ese es un porcentaje muy bajo. Los estudios muestran que la gente va hacia aquello que ya cree, a sitios con los que uno ya está de acuerdo. Las redes sociales son una cámara de eco (…). Las redes sociales en lugar de conectar, aíslan (…). Hay que señalar que hay un gran despliegue publicitario o bombo alrededor de la inteligencia artificial. Está muy lejos de los logros que se le atribuyen (…). No hay nada remotamente cercano a la inteligencia humana”. Recientes declaraciones de una de las mentes más brillantes del siglo XX, el científico estadounidense Noam Chomsky a la revista Le Monde Diplomatique.
La caverna.
Tras fundar la Academia en 387 a.C, en el libro VII de República, Platón acomete con la alegoría de la caverna, como metáfora para desarrollar su paradigma en torno al conocimiento: en su caverna habitaba un grupo de hombres, encerrados y encadenados por el cuello y la piernas sin poder entonces girara la cabeza, y viven con su vista fijada a una pared del fondo de la cueva, sobre la cual se reflejan las sombras de personas y objetos que circulan por un pasillo y gracias a la luz permanente que emana de una hoguera. Para los encadenados de la caverna la verdad son las sombras. ¿Qué ocurriría si uno de esos hombres fuese liberado y obligado a volverse hacia la luz de la hoguera y además liberado con acceso al exterior? Puede contemplando una nueva realidad, que es causa de aquella primera, apenas integrada por apariencias; pero Platón lo regresa con su compañeros con la misión de liberarlos, pero estos se burlan estallan en risas y hasta son capaces de matarlo.
Algoritmo, el cero, la nada y el vacío.
El origen etimológico del término algoritmo proviene del árabe, en el nombre del matemático Al-Khwarizmi, que nació en lo que hoy Uzbiekistán y vivió entre los años 780 y 850. En Bagdad creó un centro superior de investigaciones científicas – la Casa de la Sabiduría – desde donde desarrolló trabajos de vanguardia sobre álgebra y astronomía. Se llama algoritmo a un grupo finito de operaciones organizadas de manera lógica y ordenada que permite solucionar un determinado problema. Se trata de una serie de instrucciones o reglas establecidas que, por medio de una sucesión de pasos, permiten arribar a un resultado o solución. Los algoritmos son decisivos en informática porque permiten representar datos como secuencias de bits. Un programa es un algoritmo que indica a la computadora qué pasos específicos debe seguir para desarrollar una tarea. “Y el número cero ¿tiene acaso más importancia que el simple valor posicional (01 o 10) ¿Nació o se creó para resolver problemas metafísicos? Parece que no tiene origen filosófico. Se discute su existencia pero se dice tolerancia cero, déficit cero, crecimiento cero. Y la nada quizá sea el concepto que ha llevado a más contradicciones y que con mayor intensidad haya comprometido e influido en la existencia y creencias de los hombres: la lucha entre el Ser y el no Ser, entre Eros y Tanatos, entre las tinieblas y la luz, entre el origen y el fin de la vida. ¿Y existe el vacío? ¿Dónde? S concepción física e intelectual ha oscilado desde la célebre máxima “horror vacui”, hasta considerar que el mundo es un enorme vacío y que lamateria es un accidente o una emanación, en el sentido de desprendimiento del vacío. La dicotomía vacío – no vacío se ha roto. El espacio físico está lleno de algo”. Tomado este ultimo entrecomillado pertenece a “Ideología y matemáticas: el cero, la nada y el conjunto vacío”, un texto de Emilio Costa Reparaz y Manuel Lafuente Robledo, de Departamento de Economía Cuantitativa, de la Universidad de Oviedo.
Las tres dimensiones de expresión, según Gilles Deleuze estudia a Baruj Spinoza.
La noción es esencialmente triádica: hay que distinguir lo que se expresa, la expresión misma, y lo expresado. Con ello se superan las dificultades implicadas en las diadas causa-efecto e idea-objeto, pues el concepto de expresión se aplica a Dios (éste en tanto ser, un Dios como metáfora de la materia), al mundo de las ideas y al de los individuos determinados (que son materia y expresan ideas), y se deviene en tres dimensiones: ser, conocer y obrar, como especies o atributos conjuntos de la expresión, para nosotros de la palabra, del texto, en tanto escritura o imagen, o escritura, imagen y sonidos.
El diamante y la llama, donde el diamante es el lenguaje como función del cerebro (consagración del materialismo) y la llama es el inestable y cambiante universo de las lenguas, de las palabras.
El sitio “Estudio del psicoanálisis y psicología” nos recuerda que, en octubre de 1975, tuvo lugar una confrontación de decisiva influencia en el carácter del discurso intelectual de nuestros días, en un castillo ubicado en el suburbio parisino de Royaumont. Los protagonistas de este debate fueron Jean Piaget y Noam Chomsky, de alguna manera reunidos por Jacques Monod, premio Nobel y presidente del Centro de Estudios del Hombre, para participar en un simposio denominado «Sobre el lenguaje y el aprendizaje», título con el cual más adelante fueron publicados sus resultados. El encuentro en la abadía de Royaumont tuvo una importancia histórica, por varias razones: Chomsky y Piaget eran los conductores reconocidos de las más influyentes escuelas de estudios cognitivos contemporáneos. En compañía de colegas que estaban asociados en diversos grados con sus programas de investigación, Piaget y Chomsky expusieron sus ideas ante un ilustre auditorio de eruditos: ganadores del premio Nobel de biología, prominentes figuras de la filosofía y las matemáticas, y varios de los principales científicos conductistas del mundo contemporáneo. Los asistentes escucharon criticamente los argumentos expuestos y participaron con entusiasmo en la posterior discusión, sin vacilar en pronunciarse y tomar partido. Fue casi como si dos de las grandes figuras del siglo XVII —Descartes y Locke, por ejemplo— hubieran desafiado al tiempo y al espacio para entablar un debate en una reunión conjunta de la Royal Saciety y la Académie Française. El encuentro de Royaumont puede muy bien haber tenido una significación adicional. Posiblemente por primera vez, las figuras rectoras de disciplinas relativa y supuestamente «no rigurosas» como la psicología y la lingüística, lograron hacer participar a un nutrido y prestigioso grupo de eruditos «rigurosos» en debates propuestos por los propios científicos del comportamiento (y sin que los representantes de disciplinas tan sólidamente establecidas como la biología y la matemática adoptaran un aire de superioridad). Igualmente digno de mención es el hecho de que los protagonistas del acontecimiento fueran representantes de las ciencias cognitivas, un campo apenas conocido (y ni siquiera por entonces bautizado), y considerablemente menos familiar, tanto para el público en general corno para la comunidad académica, que muchas otras ramas de las ciencias del comportamiento. También era mucho lo que estaba en juego, puesto que el resultado de la reunión de Royaumont bien podía influir en la futura concesión de subsidios para la investigación, en los intereses de los mejores estudiosos jóvenes y, por cierto, en el rumbo de las posteriores investigaciones sobre la cognición humana, las que se puede sostener que constituyen la principal línea de estudio de las ciencias sociales de hoy en día. ¿Se sentiría la próxima generación de eruditos más inclinada a seguir el método de Piaget, observando a los niños a medida que van construyendo su conocimiento del mundo físico, o bien, inspirados por Chomsky, les resultaría más estimulante formular caracterizaciones abstractas del conocimiento, presumiblemente innato, que tiene el niño acerca de dominios tan reglamentados como el lenguaje, la música o la matemática? Ambos creían en la importancia de la perspectiva biológica, pero los atraía igualmente la formulación de modelos lógicos de la mente humana. Su similitud más profunda radicaba en la convicción (compartida con Sigmund Freud) de que los aspectos más importantes de la mente se encuentran debajo de la superficie. No es posible resolver los misterios del pensamiento limitándose a describir palabras o conductas manifiestas. Se debe, en cambio, buscar las estructuras subyacentes de la mente: según Chomsky, las leyes de la gramática universal, y según Piaget, las operaciones mentales de las que es capaz el intelecto humano. Y nos quedaría para otra ocasión un encuentro debate que Chomsky sostuvo antes de Royaumont, en 1971, en el marco del International Philosopher Proyect, en la Universidad de Amsterdam, con otra de las voces que nos ayudan a entender, tanto nuestras subjetividades como a los complejos procesos colectivos del presente.
Sin fin. Sólo puntos suspensivos.
Quizá si acometemos con la aventura de ese entendimiento como desafio podamos arrojar más claridad respecto de lo que por ahora fue un balbuceo con formato de títulos y alertas periodísticos: esos que arriba dicen Trump o Macri, no importa: la cuestión es quién sobrevive entre las aguas contaminadas de Facebook, Twitter y los llamados medios (redes) sociales ¿Quiénes viven en las fronteras difusas que los medios tradicionales y las redes trazan con la sociedad? La moda de un tema que, en rigor de verdad, en términos conceptuales y más allá de su especificidad histórica, viene de los tiempos de la antigua Grecia. Y recordemos: “Las redes sociales son una cámara de eco (…). Las redes sociales en lugar de conectar, aíslan”. Porque ¿quiénes habitan entre los pliegues y los intersticios cubiertos por la bruma entre el cybermundo, el aparato mediático tradicional y los seres humanos de todos los días, que respiran, lloran, ríen y van al baño, y no como los superhéroes de la TV, que como los políticos, también de la TV, pareciera que nunca hacen pis? ¿Cuáles son los protagonistas, y los decires y silencios que sobreviven en esos territorios, si es que existen? Porque si le damos crédito sin beneficio de inventario, o a pies juntillas, que viene a ser lo mismo, a quienes por poco plantean que el mundo digital y la denominada inteligencia artificial explican todos y cada uno de los comportamientos sociales de nuestros días, tanto en la dimensión de lo político o a la hora de comprarse un par de zapatos, un sánguche de chorizo o una computadora de última generación, ni que hablar de elegir por lo “bello” y discriminar lo “feo”, por ejemplo, pues entonces estaremos regresando a Platón. ¿Y a ustedes les parece oportuno o necesario?
(*) Doctor en Comunicación por la UNLP. Profesor titular de Historia del Siglo XX (Cátedra II) en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Periodista y escritor. Director de AgePeBA.