Maximiliano Ayala murió el pasado 10 de octubre, tras recibir un balazo en la cabeza. Tenía 19 de años, era padre de una beba de tres meses y buscaba trabajo cuando un policía de civil de la Federal le disparó por la espalda. Reclaman Justicia. Desde el Centro Educativo Comunitario “Ramón Carillo” reclaman justicia.
El caso de Maximiliano Ayala, asesinado por un efectivo de la Policía Federal, forma parte de la larga lista del gatillo fácil, que tiene como víctimas fundamentalmente a jóvenes y pobres. En Argentina hay un muerto por día en manos de las fuerzas de seguridad, de acuerdo a las estadísticas de Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi).
Ayala, de 19 años, fue alcanzado por una bala que impacto en su cabeza mientras circulaba en una moto con un amigo. El hecho ocurrió el 8 de octubre en el barrio porteño de Villa Soldati. Dos días después, el joven falleció en el Hospital Santojanni.
El policía de civil que le disparó por la espalda alegó que intentaron robarle. Algunos medios hegemónicos hablaron de un “confuso episodio” y otros salieron en defensa del efectivo convalidando la versión de que actuó “en defensa propia”, pero la familia de Maximiliano y testigos indicaron que se trató de un caso de gatillo fácil tras una discusión de tránsito.
Días atrás, el equipo docente del Centro Educativo Comunitario “Ramón Carrillo”, donde concurría el joven, emitió un documento para manifestar su repudio y exigir justicia. A continuación el texto completo:
Maxi murió asesinado por un policía de civil el 10 de octubre. No era el único destino posible para él. Aunque así lo propongan muchos discursos de los que circulan actualmente. Esos análisis de mirada corta, prejuicios cristalizados y sentencias inapelables. Naturalizado el hecho, se borran los nombres, se diluyen las personas, se abonan las representaciones de que “por algo terminó así”. Es noticia en el diario un día o dos. Y luego, para la sociedad en general, el tema terminó. “Uno menos”, se atreven a decir algunos. Pero el mundo no es mejor SIN Maxi.
La sensación de que murió otro “nadie” nos angustia y nos impulsa a escribir. Necesitamos circular nuestra voz, necesitamos decir cosas sobre él y sobre tantos otros/as. Porque el mundo no es mejor sin Maxi y somos muchos que ya lo extrañamos.
Maxi era un joven de 19 de años, con una hija de tres meses, una pareja, una madre joven y 9 hermanos, que vivían juntos en una misma casa. Una familia con carencias materiales y simbólicas; vulnerada en muchos de sus derechos desde hace años. Una familia que transitó juzgados, defensorías y otros estamentos gubernamentales.
Registrada por un ESTADO que se mantuvo al margen para acompañar y dar respuestas a sus problemas como suele suceder con los que menos tienen.
Muchos/as de nosotros/as, maestros y profesores del CEC Ramón Carrillo, lo vimos crecer. De chico; inquieto, desafiante, distante, era muy difícil que sonriera. Al igual que muchos/as pibes/as que crecieron en los márgenes de la Ciudad, más precisamente en el Sur de la Ciudad: olvidada, dejada, abandonada, relegada.
Quienes trabajamos en espacios socioeducativos, permanentemente estamos pensando cómo acompañar a los/as chicos/as incluso desde antes de que nazcan. Desarrollando propuestas que colaboren en la construcción de su proyecto de vida. Aunque a veces todo lo que hagamos no alcance para contrarrestar la adversidad en la que viven, todos los esfuerzos valen la pena.
Maxi murió el lunes 10 de Octubre de 2016. El miércoles 8 pasó por el Centro y nos saludó con cariño, como tantas otras veces. Esa seriedad infantil, esa distancia, con la que se presentaba ante nosotros/as se había ido diluyendo con los años y ya más grande nos abrazaba, nos hacía chistes y hasta reconocía que “de pibe” nos la había hecho difícil.
Permanecer en el barrio nos da el privilegio de ser testigos de enormes transformaciones que tienen que ver nada más y nada menos que con la construcción de un vínculo amoroso y respetuoso del otro.
Nos contó que estaba sin trabajo y que quería volver a hacer su currículum para recomenzar esa búsqueda que, sabemos, es ardua y muchas veces frustrante. Como tantos otros jóvenes del barrio, que no dejan de intentarlo mientras avanzan a los ponchazos en trayectorias escolares interrumpidas y trayectorias de vida violentadas por haber crecido en el territorio de la marginación: falta de trabajo, problemas habitacionales, hospitales y escuelas colapsados, lazos sociales complicados cuando no rotos, fuerzas de seguridad que los “monitorea” y maltrata gratuitamente, el monstruoso circuito de las adicciones…
Pese a todo este panorama Maxi, como todos los/as pibes/as, intentan salir. Saben que viven en el infierno. Salen y entran. Sufren. Realmente lo intentan.
Muchos/as chicos/as del barrio comienzan su trayectoria laboral escribiendo en un papel un recorrido que, la mayoría de las veces se presenta interrumpido. “No terminé la escuela”, “no tengo experiencia”, “llegué hasta primer año y tuve que dejar”… algunos de los enunciados que se repiten cuando se arma la escena de escribir/les el currículum.
Una acción que para muchos/as es sencilla para los/as jóvenes del barrio representa un sinfín de complicaciones. El teléfono: “no tengo seño… hay uno en mi casa que compartimos”, la dirección: “¿me llamarán si pongo que soy de Carrillo?”, el lugar donde llevar esas “hojas”: por Carrillo sólo pasan el Premetro y el 46 ambos, con frecuencias inciertas. ¿Cómo garantizar que van a poder llegar en horario?
El último trabajo de Maxi fue para una empresa tercerizada 6 o 7 horas, con un franco semanal y horario rotativo. Le pagaban $4500, a veces. Cerca del Jardín Botánico. Tenía que cruzar toda la Ciudad y volver a la noche caminando desde la estación Virreyes hasta el barrio porque el Premetro deja de pasar a las 20:30. Así le pasa a todos/as los/as trabajadores/as, claro. Pero con 19 años, cuánto más difícil es poder sostenerlo.
Los que tuvimos la oportunidad de conocerlo en el Centro Educativo, no vimos en él un “otro” peligroso. Tuvimos la oportunidad de compartir juegos, tareas de la escuela, campamentos, deportes….imprescindibles espacios para la infancia, que no habían alcanzado todavía para garantizarle a Maxi un futuro mejor, pero que sin duda lo fortalecían como para seguir haciendo los esfuerzos que hacía para soportar tanta adversidad y zafar de ese aparente destino único que lo esperaba.
El Centro Educativo era uno de los lugares donde Maxi podía “hacer pie” cuando lo necesitaba. Una puerta abierta en una sociedad que pareciera estar volviendo a cerrarlas, definiendo cuáles son las que corresponden a los pibes como Maxi. La idea de que “LA EDUCACIÓN ABRE PUERTAS” es más literal que simbólica. Verdaderamente se abren las puertas a las vocaciones, a las carreras de estudio, a más y mejores trabajos posibles.
Por cada una de esas personas que le cierre la puerta en la cara a un pibe, como lo hicieron con Maxi, habremos educadores convencidos de que otros destinos eran y serán posibles para ellos.