Hoy Libia es el escenario crímenes atroces y de la subasta de un país. El 20 de octubre de 2011, el entonces líder libio Muammar Gaddafi fue capturado, golpeado y asesinado por una turba de rebeldes después de que un ataque aéreo de la OTAN se lanzara contra la caravana con la que se trasladaba, fuera de Sirte, su ciudad natal.
Al día siguiente, su cadáver, cubierto de sangre, fue trasladado a la ciudad de Misrata, donde fue expuesto durante casi cuatro días en un refrigerador industrial, mientras que las imágenes de su asesinato fueron difundidas durante varios días como un trofeo por los medios de comunicación de Estados Unidos, país que encabezó la campaña aérea de la OTAN para expulsar a Gaddafi del poder.
Los líderes occidentales, sobre todo de Francia y el Reino Unido, aplaudieron la muerte del coronel y la “nueva página” que se abría en la vida del país, mientras que la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó al respecto en tono de mofa: «Venimos, vimos y él murió».
Cinco años después, la percepción parece haber cambiado: en abril de este año, Barack Obama admitió que su mayor fracaso como presidente fue no pensar en las consecuencias de la intervención en Libia, después de la cual el país se vio sumido en el caos.
Libia, un país rico en petróleo, vivió bajo el gobierno de Gaddafi durante cuatro décadas, en las cuales llegó a tener uno de los niveles de vida más altos de África. Sus ciudadanos gozaban de atención sanitaria y educación gratuitas. Era un Estado centralizado, no un territorio dividido en tribus y con clanes en guerra.
Tras el asesinato de Gaddafi, Libia dejó de facto de existir como una nación unida. Desde 2011, distintos partidos políticos, tribus y milicias combaten por el poder y el control del país y sus riquezas.
En diciembre de 2015, y con la mediación de la ONU, se formó un Gobierno de acuerdo nacional para intentar devolver la estabilidad y la paz al país. Sin embargo, este Ejecutivo, con sede en Trípoli, aún no ha podido consolidar su autoridad sobre el país, en donde existen varias facciones opositoras y otro Parlamento, con sede en Tobruk. Por otro lado, el Estado Islámico también ha aprovechado el caos para ganar terreno en el país.
Además del caos político, el país norteafricano experimenta una acusada caída del nivel de vida y afronta una crisis financiera.
Libia posee las mayores reservas probadas de petróleo de África –48.000 millones de barriles– pero, debido a la guerra civil, más del 75% de los depósitos no se explotan. Después del 2011, las exportaciones de petróleo se han reducido de 1,6 millones a entre 200.000 y 300.000 barriles diarios.
El principal problema es que el control de los campos y terminales petroleras está pasando constantemente de un grupo a otro.
«Hoy en día, Libia está lejos de los diez primeros países exportadores de petróleo como antes», constata el politólogo ruso Grigori Lukiánov en declaraciones a RT. Y detalla que los suministros de hidrocarburos desde Libia «son inestables» y no queda «ni una empresa confiable con la que hacer negocios».
Además, un duro golpe para el nivel de vida de los libios fue la suspensión de los subsidios estatales para la compra de bienes de consumo popular en el extranjero. En consecuencia, los ingresos reales de la población cayeron en picado, lo que condujo primero a la migración interna y luego al éxodo de libios hacia Egipto, Túnez, Argelia y Europa a través del mar Mediterráneo.
El caos que vive el país, al igual que las consecuencias de la destitución de Gaddafi más allá de las fronteras libias, fueron en su día predichos con sorprendente precisión por el propio coronel asesinado. Así, durante una de sus últimas entrevistas, el líder libio advertía de la alta amenaza de que se produjeran atentados terroristas en Europa y de un flujo no controlado de refugiados, además de la desestabilización general de la región mediterránea.
«Yo personalmente juego un papel estabilizador en la región de África. Si la situación en Libia se desestabiliza, aquí Al Qaeda mandará. Libia se convertirá en el segundo Afganistán y los terroristas llenarán Europa», dijo el entonces mandatario en marzo de 2011.
«La esperanza que vivió la sociedad libia en 2011 no se materializó», opina Gregori Lukiánov, quien destaca que la misión del Consejo de Seguridad de la ONU ve en Libia todos los signos de una catástrofe humanitaria. Además, el experto señala que hoy en día el país no tiene un Ejército unido, ni un Gobierno unido y no se ve salida al conflicto existente. «Cinco años después de la caída de Gadafi, tenemos un enorme agujero negro en el mapa del Mediterráneo. Es la zona de un conflicto no regulado y poco previsible, que afecta a los intereses de los países del norte de África y también de Europa», concluye el politólogo.
“Libia: crímenes atroces y subasta del país”, escribía en octubre de 2011 Jorge Kreyness, experto en política internacional y dirigente nacional del Partido Comunista de Argentina (PC), en un artículo que pasamos a reproducir:
Las imágenes muestran a un hombre detenido vivo, luego golpeado, herido, y finalmente, con su cuerpo ensangrentado por las torturas, asesinado ante la obscena tarea fílmica de sus captores. Se trata, ni más ni menos, de un alevoso asesinato propio de bestias salvajes.
Peor aun. Ese hecho brutal se comete en un escenario donde, desde el aire, aviones extranjeros arrojan indiscriminadamente bombas que destruyen y matan todo lo que queda a su alcance. Hombres, mujeres, niños. Bienes y hacienda.
Una escena dantesca que, ya el lector percibe, se trata del asesinato sumarísimo de Muammar Gadafi. Sin embargo, cabe decir que al margen de la notoriedad de la víctima, se trata sólo de uno más de los miles de crímenes que esas bandas dirigidas por el ente denominado “consejo nacional de transición” vienen realizando desde hace meses contra la población de Libia en su marcha fratricida desde Benghazi a Trípoli.
Ni esas bandas de forajidos sanguinarios, ni los tripulantes de los aviones ingleses y franceses que siembran el horror a nombre de la OTAN, tan forajidos y sanguinarios como sus aliados en tierra, son considerados terroristas por los poderes políticos y mediáticos que dicen encabezar una cruzada mundial contra el terrorismo. No. Ellos realizan una “labor humanitaria para la protección de la población” amparados en una resolución del anacrónico Consejo de Seguridad de la ONU que de todos modos no autoriza a cometer tales hechos ni a derrocar un gobierno, pero que abre la jaula de las bestias, con toda seguridad más bestiales que cualquier otra violación a los derechos humanos que hubiera podido cometerse (o no) por parte de quienes hoy son inmolados.
Algo parecen haber experimentado ciertos gobiernos que, teniendo poder de veto en ese Consejo de Seguridad, ya se atrevieron a negar similares intentos de resolución, ahora contra Siria.
El hecho ocurrido en las cercanías de Sirte no solo pinta la moral degradadatoria de la condición humana de sus autores materiales e intelectuales, sino las características de los sectores dominantes del capitalismo actual que, en una etapa de crisis de senilidad, buscan desesperadamente, y contra toda ética, salvar las arcas de los bancos que aun no quebraron y asegurar el combustible para su desenvolvimiento depredador.
Obama, Cameron, Sarkozy y Merkel no sólo conspiran para atender las bancarrotas de Grecia y otros países de la zona euro y para destinar dinero de los contribuyentes como salvataje a los bancos. También ordenan y conducen a los verdugos del pueblo libio, y condujeron puntualmente a los chacales terroristas que asesinaron a Gadafi.
Han logrado su propósito. Los yacimientos de Cirenaica, Tripolitania y Fressan ya están en su poder y hoy se asiste a la subasta. También los abundantes recursos financieros del Estado libio (presentados mediáticamente de forma burda como de simple propiedad de Gadafi) que ahora atenúan el rojo en las cuentas de varios bancos trans.
Pero además, los sucesos libios constituyen una amenaza directa para los luchadores por la democracia en Egipto y Tunez y, por añadidura, para todos los del mundo árabe y musulmán, para todo el continente africano y en verdad para todos los pueblos del mundo. Corresponde de paso señalar que los señores Mubarak y Ben Alí, dictadores ellos, se encuentran vivos, sin haber sufrido hechos de sangre sobre sus personas ni nada que se parezca a ello.
Un llamado de atención: en su constante búsqueda por perfeccionar sus mecanismos de dominación, y ante la dificultad en Irak y Afganistán para establecerse en el territorio, utilizaron en Libia una nueva/vieja estrategia: la promoción de un alzamiento civil y militar local que agrupe una base social y territorial y recién después, en su respaldo, los bombardeos aéreos.
Con estos y otros acontecimientos a la vista podemos definir una certeza: la crisis capitalista en esta fase viene acompañada de uno de los polos dialécticos de la contradicción anticipatoria de Rosa Luxemburgo: la barbarie.
Sabrán los pueblos del mundo, incluido el libio más temprano que tarde, orientar los pasos de sus movimientos reales hacia el camino de la paz, de los derechos humanos, de la justicia social, de las soberanías nacionales, de la democracia participativa, del respeto por las culturas y las diversidades, de la unión solidaria de los pueblos, conjunto de valores que dan ribetes imprescindibles al socialismo.
¿Hay acaso otra vía, global o local, para terminar con el dominio rapaz y genocida de unos pocos magnates y políticos del establishment sobre la vida y los bienes de toda la Humanidad?
Los estudiantes de Chile y otros países que quieren una educación igualitaria, los indignados en los centros capitalistas más desarrollados, los protagonistas de las acciones democráticas de Túnez, Egipto y Yemen, los gobiernos y pueblos que no siguen el Consenso de Washington, los procesos de integración soberanos como el de América al Sur, los movimientos de defensa del ambiente, de la diversidad sexual, de género, las revoluciones triunfantes como nuestras Cuba y Vietnam y las que se incuban en la crisis capitalista son señales claras y visibles que indican por donde transitar.
El fin de una etapa en la vida del pueblo libio ha llegado de un modo atroz. Ese pueblo hará el recuento y juzgará ese período transcurrido. Pero podemos decir que Gadafi murió con dignidad, una virtud con la que no viven sus asesinos materiales e intelectuales.
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