Han sido 367 votos favorables y 137 contrarios a la destitución de Dilma Rousseff, que llegó al poder al amparo de 54 millones de votos. Este domingo, la Cámara de Diputados presidida por Eduardo Cunha, quien es reo en el Supremo Tribunal Federal por crímenes diversos, que van de la lisa y llana corrupción a mantener cuentas ocultas en Suiza, decidió poner un final al gobierno de quien ni siquiera está investigada.
En las justificaciones de votos de los que defenestraron a la mandataria apenas mencionan los crímenes de que es acusada. Han sido votos a nombre de Dios, de la Patria, de la familia, es decir, puras diversificaciones frente a un momento tan decisivo para el futuro del país.
El camino abierto ahora prevé pocas alternativas para Dilma. Dentro de pocas semanas –la fecha inicialmente prevista es el miércoles, 11 de mayo– el Senado decidirá si acepta o no lo que indica la Cámara de Diputados, es decir, si abre o no el juicio a la mandataria. En caso positivo, Rousseff será apartada de la presidencia por un plazo que podrá llegar a 180 días, tiempo que tendrá para presentar su defensa. Nadie cree que el Senado cambie la decisión de la Cámara de Diputados. O sea, el juicio a Dilma será instaurado. Y nadie cree que, en el Senado, ella logre cambiar el veredicto de los diputados.
Tal como refiere este lunes, Eric Nepomuceno en Página12, si se recuerda que Brasil vive una de las peores, si no la peor, recesión económica de sus últimos cien años, lo que les espera al vicepresidente bandeado a la oposición, Michel Temer, y a sus aliados es un escenario nebuloso, de dudas y crisis.
Los llamados “agentes económicos” –empresarios, inversionistas, especuladores del mercado financiero– viven una expectativa que está en plena ebullición. Al mismo tiempo, las fuerzas que por tradición apoyan al PT –movimientos sociales, centrales sindicales– se preparan para responder a lo que clasifican como un “golpe blanco”.
Lo que se abrió ayer en Brasil, con la decisión de la Cámara de Diputados, ha sido un período de profundas y graves incertidumbres. Brasil entra en una zona de tinieblas, y las tensiones no harán más que reforzarse en los días que vendrán.
Tal como Emir Sade sostiene este lunes en Página12, a los contrastes que caracterizan a Brasil, hay que agregar otro: el paisaje de ayer domingo 17 de abril presentó el contraste entre las más amplias manifestaciones de masa que el país haya conocido y la decisión más antidemocrática tomada por un Congreso que no refleja nada de la sociedad, cercado por 200 mil personas en contra el golpe.
El que mirara a la sociedad brasileña, diría que el golpe estaría derrotado. Pero el Congreso es otro mundo. Aun cuando el PT triunfó en las urnas por cuarta vez consecutiva, la composición del Congreso cambió considerablemente de forma negativa. Siendo el último Congreso elegido con financiamientos empresariales, la derecha concentró ahí su fuerza y logró imponer el peor Congreso que Brasil haya tenido en democracia. Controlado por los lobbies del armamento, de las religiones fundamentalistas, del agronegocio, de los planes privados de salud, de los medios privados de comunicación, de la enseñanza privada.
Por otra parte, los movimientos sociales y populares no tienen tradición de elegir sus bancadas de parlamentarios. Mientras los intereses privados en salud y educación tienen sus bancadas, no hay representantes parlamentarios de la enseñanza pública ni de la salud pública. Sin hacer referencia a todos los sectores sindicales, además de los de la juventud negra, de mujeres, de periodistas, estudiantes, entre tantos otros.
Es un Congreso blanco, de adultos, de hombres, de clase media alta y de estratos ricos de la sociedad, en gran medida. Hay 3 representantes de los trabajadores rurales y un enorme lobby de dueños del agronegocio, lo inverso de como es la situación en el campo brasileño.
Es así que es posible ese contraste entre las calles y el Plenario de la Cámara de Diputados. Siendo el último Congreso con financiamiento empresarial, el movimiento popular, fortalecido como nunca con estas movilizaciones, podría llegar a la conclusión de que sólo habrá un Congreso progresista si los movimientos populares eligen sus propios representantes, a fin de contribuir a superar ese grave nudo político en Brasil.