“¿Jugará el FBI en estas elecciones el mismo papel que desempeñó la Corte Suprema en las elecciones de 2000? Entonces, la suspensión del recuento de votos en el estado de Florida ordenada por el alto tribunal llevó a George W. Bush a la Casa Blanca y mandó a Al Gore a su casa. Cinco de los nueve magistrados votaron en contra y cuatro a favor de la medida. Un solo voto de diferencia en la Corte Suprema valió más que millones de votos”, comienza la nota de La Nación, fechada en Washington
“¿Qué tiene que ver esto con las elecciones presidenciales de este año? Pues que si en 2000 la Corte Suprema fue la institución que en la práctica determinó quién sería presidente, este año el gran elector podría ser el director del FBI, James Comey. Su organización está investigando si, cuando fue secretaria de Estado, Hillary Clinton comprometió la seguridad nacional al enviar mensajes confidenciales del gobierno a través de su sistema privado de correo electrónico”, continúa.
Es interesante destacar el razonamiento completo del artículo, por lo cual continuamos con su cita textual: Si el FBI decide abrirle un juicio por esta causa, Hillary Clinton quedará inhabilitada como candidata. Y si eso sucede, es muy probable que Donald Trump sea el próximo presidente de Estados Unidos. «Les puedo asegurar que sigo personalmente muy de cerca esta investigación -ha dicho el director Comey-. Quiero asegurar que cuenta con todos los recursos que necesita, tanto de personal como tecnológicos, y que se lleva a cabo de manera independiente, competente y rápida». Los directores del FBI siempre han tenido mucha autonomía en sus decisiones. Si se encuentran algunos correos que no han debido enviarse por vía del mail privado de Clinton, ¿está listo el señor Comey para darle a EE.UU. -y al mundo- a Donald Trump como presidente de la superpotencia?
Obviamente, un triunfo de Trump no se debería sólo a que el FBI descalifique a su rival, sino también a los millones de norteamericanos que lo votan seducidos por su mensaje, su estilo y sus promesas. Y también, engañados por sus mentiras.
La aparentemente indetenible marcha de Trump hacia la candidatura presidencial del Partido Republicano ha disparado las alarmas entre líderes de esa agrupación, como Mitt Romney, que ha lanzado duros ataques contra el empresario y candidato. También se han comenzado a elevar voces que llaman la atención sobre los fallos de los medios de comunicación por no haber sido más diligentes en el escrutinio del controvertido pasado de Trump, en exponer ante la opinión publica sus mentiras o poner en evidencia la inviabilidad de sus políticas.
Philip Bennett, un respetado periodista y profesor de la Universidad de Duke, equipara la actitud de los medios de comunicación en el caso de Trump con la grave omisión a la hora de investigar a fondo si era cierto que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva, tal como lo afirmaba el gobierno de George W. Bush para justificar su invasión de Irak. «Esta ceguera periodística en el caso de Donald Trump no debería suceder en la era de Internet, donde las grandes bases de datos o motores de búsqueda permiten verificar una afirmación con sólo teclear pocas palabras en un ordenador», dice Bennett.
Sin embargo, el gran protagonista, ni bien entendido ni bien conocido, de esta campaña electoral no es Donald Trump. Son los votantes a quienes no parecen importarles datos, informaciones, evidencias o constataciones incuestionables que ponen en duda la integridad o la sinceridad de su candidato.
Las explicaciones más comunes describen a los votantes de Trump como «hartos de los políticos» y mayoritariamente «hombres blancos con un bajo nivel educativo». Si bien estas caracterizaciones pueden tener alguna base en las encuestas, son claramente superficiales e insuficientes. Los votantes de Trump son más complejos que eso. Tienen mucho en común, por ejemplo, con quienes apoyan a los movimientos populistas que han ganado fuerza en Europa y otras partes, y que se encuentran tanto en la izquierda como en la derecha.
Lo más interesante de Trump, como producto político, no es lo excepcional que es, sino lo común que es en estos tiempos de antipolítica. Los «terribles simplificadores» proliferan cuando crecen la incertidumbre y la ansiedad en la sociedad y por ello hoy en día son una tendencia global. Están en todas partes. Pero Trump es la más peligrosa manifestación de esta tendencia. Y, en eso, sí es excepcional.