Javier Penino Viñas transitó durante la mañana entre sus dos mundos. Pasada la una y media de la tarde entró a la sala AMIA de los tribunales de Retiro por la puerta por donde suelen hacerlo los imputados. Atrás o delante suyo, avanzaba Ana María Grimaldos. Ella se sentó en una de las primeras filas. El se ubicó cerca. Los jueces Daniel Pablo Bertuzzi, Néstor Guillermo Costabel y Leopoldo Bruglia del TOF 4 comenzaron a leer la sentencia. El robo de Javier Penino Viñas “reviste la naturaleza de delito de lesa humanidad e imprescriptible”, leyó Bertuzzi, como presidente del tribunal. La sala estaba repleta. Hubo un aplauso. El juez siguió. El TOF condenó a Grimaldos a 6 años de prisión como coautora del delito de retención y ocultamiento de un menor de diez años; supresión del estado civil y falsedad ideológica de instrumentos públicos. La condena fue exactamente la mitad de la solicitada por fiscales y la querella de Abuelas de Plaza de Mayo. Tuvo gusto a poco. Sobre todo porque Grimaldos y Jorge Vildoza estuvieron prófugos durante 24 años con Javier. Pero aun así, la condena fue bienvenida. Los abogados de Abuelas de Plaza de Mayo explicaron que el TOF 4 al parecer está dando por probado un dato importante: que Grimaldos sabía que Javier era hijo de desaparecidos. Lo contrario fue el núcleo central de su defensa.
“El es papá. Tiene años por delante. Y es sanador para él que la ley se haya cumplido.” Chiquita, con la ropa que le tapaba una culebrilla que se le metió en el cuerpo en las últimas horas, a la abuela de Javier, Cecilia Pilar Fernández de Viñas, se le pusieron los ojos celestes más trasparentes cuando oyó el veredicto. “Me pareció muy importante que no hayan aceptado lo que ellos pedían, cuando pedían que esto no sea un crimen de lesa humanidad –dijo–. Que eso se confirme me da esta tranquilidad.”
El juicio oral empezó a fines de febrero. Javier es hijo de esa “chica de camisón azul” y “muy bonita” de la que vienen hablando las sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada desde 1979. Ella era Cecilia Viñas, casada con Hugo Penino, ambos de Mar del Plata y que para 1977 se establecieron en Buenos Aires. Los secuestraron en julio de 1977 en un departamento de la calle Corrientes. Cecilia estaba embarazada de siete meses. Los llevaron a Mar del Plata y trajeron a Cecilia a dar a luz a la ESMA. Javier nació en septiembre en la maternidad del centro clandestino. Jorge Vildoza era jefe del Grupo de Tareas 3.3, y era uno de los hombres con mayor ascendencia sobre los operativos de lo que se había convertido en una de las principales unidades de exterminio de la Armada. Vildoza se llevó al niño a su casa, un feriado, vestido de civil, según describió un sobreviviente. Los Viñas lograron ubicarlo en 1984, pero Vildoza volvió a llevárselo esta vez fuera del país, con documentos falsos a nombre de otras personas, con su esposa y en un viaje de 24 años que por momentos parece que no termina. Javier recuperó su identidad en 1998. Vive en Londres. Tiene su vida entramada a los Vildoza, y vaivenes con su familia de sangre.
En la sala, detrás de los vidrios, estuvieron sentados los Viñas en todas sus dimensiones. La abuela Cecilia. Carlos Viñas, el tío de Javier, su esposa Cristina. Pablo, el hijo de Carlos y de Cristina y primo de Javier. Y Julieta, hermana de Pablo, hija de Carlos y Cristina y prima de Javier. Entre ellos había muchos, integrantes de Abuelas, amigos, funcionarios.
La lectura no duró más de veinte minutos. Cecilia oía.
“Estoy animada”, dijo, pero “estoy también muy preocupada, y también muy dolida por él mismo. Yo siempre decía ‘a mí no me importa que no esté; que no me hable; que esté lejos’. Tiene derecho a vivir su vida, ¡pero que sepa quién es y quiénes fueron sus padres! ¡Y cuánto lo buscamos y cuánto lo esperamos! Eso. Así que espero que esto también le haga bien”.
–¿Cree que lo ayudará saber que la Justicia dice esto?
–No –dice ella–: el sabe quién es. Y yo se lo dije una vez: cada vez que se mire al espejo va a ver los ojos de la madre y la cara del padre. El pelo, ¡todo! Y ahora puede ser él.
Los años de condena, si son muchos o son pocos, a Cecilia no le importan tanto. “Lo esencial es que es lesa humanidad.”
Alrededor estaba Alcira Ríos, aquella que empezó con esta causa cuando el proceso de búsqueda recién empezó. “¡Estuvo 24 años prófugo!”, decía en protesta por esos ¡seis años de prisión! Lo buscábamos, claro que lo buscábamos, pero ¡tenía la protección de la ESMA!”.
“Lo lindo hubiese sido que fuera Vildoza el que esté sentado en el juicio”, dijo Carlos Viñas. Supuestamente el represor murió en Sudáfrica en 2005, con el nombre de Roberto Sedano. “Nos pareció bien que es una condena. Lo más importante para nosotros es que se condenara el hecho de haberse robado a una criatura desde la panza de la mamá para adelante, haber obstruido y eludido la Justicia en forma permanente y que fue juzgada por lesa humanidad, partícipe necesaria, por falsificación de documento, por todos estos puntos”, explicó. “Lo que sí es que me daba mucho dolor verlo a Javier en el lugar donde estaba porque estaba sufriendo, de alguna manera. Yo tenía como una situación ambigua en cuanto que sé que lo que a mí no me parece lo suficiente a él le debe parecer mucho. Lo importante es que hubo una condena. Nosotros nos sometimos a la Justicia. La Justicia fallo y estamos felices de que haya habido un juicio y un fallo. El juicio es reparador y sanador. Nunca hubiésemos llamado a Javier como testigo, pero el hecho de que haya podido declarar y estar durante el juicio le permitió escuchar las dos campanas. Creo que eso va a ser un proceso de sanación. Lento, largo, que de alguna manera le va a permitir ir descargando toda esa mochila que le pusieron en forma perversa en plena adolescencia y que la llevó encima durante veinte años”.