Por Vicky Castiglia / El caso más reciente es el de Lola, la adolescente argentina que desapareció el domingo 28 en Valizas, Uruguay, y cuyo cuerpo fue encontrado días después. Actualmente, la investigación se desarrolla sin detenidos por el hecho, a pesar de los potenciales sospechosos de los que iba dando cuenta la “otra investigación”, la que tiene lugar en los medios de comunicación y que nada tiene que ver con la Justicia, pero que se dedica a condenar socialmente a aquellos que el mote de “culpables” les cabe por alguna razón.
Sólo para citar algunos ejemplos: la madrina de Lola y su pareja fueron los primeros en ser puestos en el ojo de la tormenta mediática. Una situación similar sucedió con el padrastro de Ángeles Rawson, encontrada muerta en un basural en 2013. Si bien el único imputado que llega a juicio es el portero del edificio, Jorge Mangeri, en su momento pudimos ver eternas horas de debates de “especialistas” que desfilaban por los canales justificando por qué el padrastro podría haber llevado adelante el crimen.
De similar manera se sucedieron los tratamientos mediáticos con el secuestro y posterior asesinato de Candela Sol Rodríguez en 2011 en Hurlingham y con Melina Romero, asesinada en José León Suárez en agosto del año pasado. “Similar” y no “igual” porque también se puede ahondar en el análisis del tratamiento mediático si se considera la condición social de la víctima. Allí hay una diferenciación. A Melina, el diario Clarín llegó a tratarla de “una fanática de los boliches que abandonó la secundaria”, línea que fue replicada por los medios audiovisuales del grupo. A candela, casi la culparon por su destino final. Ambas, a diferencia de Lola y Ángeles, provenían de familias humildes.
Perfiladores o “profilers”
Por momentos, hasta se vuelve confuso para el televidente diferenciar entre un informativo o un nuevo episodio de cualquier serie estadounidense donde se resuelven asesinatos. Una hora de análisis en un informativo cualquiera es demasiado parecido, por ejemplo, a la reconocida Criminal Minds. En esa ficción un grupo de analistas de la conducta del FBI, a partir de uno o varios asesinatos, trazan los perfiles de los sospechosos y recopilan las pistas necesarias hasta llegar al culpable.
Lo que diariamente los televidentes pueden ver en los canales de noticias no difiere mucho de la serie. Abogados, criminólogos, forenses y psiquiátras, entre otros tantos tipos de “especialistas” son convocados por los canales a teorizar durante horas sobre los posibles sospechosos, los lazos familiares, la disposición de los cadáveres, y las escenas del crimen. Debates que rozan hasta las teorías lombrosianas.
Lo que vuelve a este escenario motivo de debate sobre la moral periodística es la pérdida de horizonte entre ficción y realidad. Los pseudo perfiladores mediáticos se meten de lleno en la vida privada de las víctimas y familias, sin contemplar por ejemplo, que se trata de menores de edad o que acaban de perder la vida.
Periodistas e invitados actúan no sólo como investigadores, también tienden a ponerse en el lugar de fiscales y jueces y como tales, acusan y condenan. Aunque la investigación judicial, el proceso real, declare a los sospechosos inocentes, pueden no quedar exentos de la condena mediática y social.
En abril de 2014, el reconocido periodista de policiales, Paulo Kablan, consultado en una entrevista sobre si hay límites para el ejercicio de este tipo de periodismo respondió que no, que “no hay límites para el policial” y agregó: “quizá es más fácil para nosotros ir a un lugar, hablar con un vecino que te cuenta una historia muy completa, la Justicia tiene que citarlo, tomarle una declaración, en cambio nosotros podemos conseguirlo al instante”. Así de claro.