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Por José Luis Ponsico / El 16 de julio de 1950 se jugó la recordada final entre Brasil y Uruguay y un arquero «murió» civilmente. Un partido evocado por la épica de la selección de Uruguay, con el caudillo Obdulio Jacinto Varela, el 5 y capitán, apodado «Negro Jefe». Fue la gran figura de la final. Uruguay ganó 2 a 1, faltando doce minutos y un jugador brasileño «la pagó» para toda la vida, su arquero. Alto, elástico, hasta el fatídico domingo 16 de julio del ´50, uno de los mejores.
Moacir Barbosa, cuyo deceso ocurrió hace algo más de trece años, en la pobreza, discriminación, sufrió olvidado por la prensa. Vivió una de las peores experiencias de toda la historia al ser responsabilizado de la derrota en la final. El veloz delantero uruguayo Alcides Ghiggia «verdugo» para siempre. Corrió tras gran pase de Julio Pérez -se conocían y jugaban de memoria, en contrataque- para desde un ángulo cerrado pegarle fuerte.
Brasil con el empate era campeón. Había 200 mil personas en un flamante estadio «Maracaná» construido a partir de 1948 para «la gran fiesta» brasileña de 1950. Cuando caía la tarde de aquel domingo 16 de julio el «Negro» Barbosa padeció «su primera muerte». El disparo de Ghiggia al «primer palo» no lo pudo sacar por apenas diez centímeros. Su brazo izquierdo extendido. No llegó. Drama.
El Mundial se disputaba por puntos y hubo ronda final de cuatro semifinalistas con los dos equipos sudamericanos. La Argentina no participó por razones políticas. A raíz de un conflicto nunca debidamente aclarado con Brasil, la Confederación Brasileña de Deporte nos dejó afuera.
Brasil aplastó a Suecia 7 a 1 y a España 6 a 1 en tanto Uruguay le ganó ajustadamente a los suecos 3-2 y empató angustiosamente con los españoles. Un «bombazo» del gran Obdulio desde fuera del área faltando poco. Fue 2 a 2. Lo de Uruguay, país con menos de dos millones de habitantes, ya era hazaña.
Era «tan fija» Brasil que el célebre francés Jules Rimet, titular de la FIFA, había preparado su discurso -para la entrega del trofeo- antes del final.
Barbosa tenía 28 años en el Mundial. Junto a Antonio Ramallets, el «1» de Barcelona y selección España, los mejores del mundo. Otro, Roque Máspoli, gran arquero uruguayo. Fue el artífice junto con Obdulio y la línea defensiva, Víctor Rodríguez Andrade, moreno de gran calidad, Matías González, Luis Tejera y Schubert Gambetta.
Faltando algo más de diez minutos y estando el partido 1 a 1 con Uruguay «esperando», Brasil «atacando» casi ciegamente, se produjo «el zarpazo» de la historia. Una pelota que jugaron Omar Míguez, delantero dotado de inteligencia y habilidad y Pérez. Esté dándole el pase y oportunidad a la corrida inolvidable de Ghiggia. Brasil estaba adelantado.
La escena en «súper 8» es una de las imágenes más vista de la historia de los mundiales.
Veloz, astuto, puntero derecho uruguayo, cierra su línea y desde una posición oblicua mete un derechazo fuerte, abajo, a la «ratonera» junto al palo izquierdo de Barbosa. Todo rápido. La lápida para el «Negro» Barbosa, también. Aunque Uruguay, adelante, tenía a Juan Alberto Schiaffino, <mágico< y exquisito atacante de enorme talento.
«Pepe» con media vuelta impresionante, autor del empate aquella tarde. Enseguida, el manotazo del «1», lungo de 1.85, estirada muy tardía. Barbosa no esperaba «corazonada» de Alcides Ghiggia -que en el ´47 se había probado en Atlanta sin convencer- y determinó más tarde el 2 a 1.
Una trampa del destino, para Barbosa. El puntero derecho uruguayo produjo la sentencia de «muerte civil» de Barbosa en Brasil. Por 10 centímetros no pudo sacarla y perdió para siempre. Lo culparon casi exclusivamente de la derrota. Una injusticia.
En 1994, subsidiado como empleado en el estadio Maracaná -vaya ironía- varios «mundialistas» negaron el saludo antes de partir para el Mundial de Estados Unidos. Todos se acordaban del acontecimiento que había ocurrido 44 años antes y lo tildaron de «mufa». Un tiempo estando en la «cola» de un súper mercado, una niña escuchó hablar con otro señor mayor.
La curiosidad llevó a la pequeña a preguntarle a su abuela por «ése hombre alto, espigado, de edad avanzada y buen trato». La mujer, sin importarle que el ex guardavallas escuchara. «Es el arquero que nos hizo perder el Mundial del ´50», dijo. Al tiempo Barbosa murió en Praia dos Reis, Santos. Triste, solo, discriminado y olvidado. Nunca pudo con la cruz.
Un destino que perfectamente lo podría haber escrito el inolvidable Osvaldo Soriano, autor en 1973 de «Triste, solitario y final» best seller en los ´70. El infortunado ex arquero tenía 79 años.
Seguramente, Soriano hubiera dicho del «Negro» Barbosa «el hombre que murió dos veces» título que utilizó la «Folha de San Pablo» en el año 2000. Sólo faltó que le imputaran los 49 suicidios que hubo en Río de Janeiro, en la madrugada del 17 de julio del ´50.