El conflicto docente ha llegado a su fin. Después de 17 días sin clases, que de alguna manera habrá que recuperar, los alumnos de la escuela pública de gestión estatal vuelven a sus aulas. Esta experiencia no debe repetirse. Es tarea de todos buscar las soluciones y las respuestas para garantizar la educación de nuestros chicos y jóvenes. Desde ese lugar están escritas estas líneas, más para dar que pensar que para dar por pensado.
Cuando Domingo Faustino Sarmiento propone la educación como la madre de todas las batallas para la construcción de una nación moderna dejó sentado su paso por la historia. Su mente y su corazón liberal no podían pensar en una nación justa. Aquellos liberales iluministas pensaban que la modernidad por sí sola traería aparejada la libertad, la igualdad y la fraternidad. Erró el vizcachazo, diría don Arturo Jauretche, al confiar en un liberalismo nacido para generar más desigualdad.
Pero acertó en el centro del blanco, en el carozo de la cosa, diría Julián Centeya, en la imprescindible tarea de darle educación al pueblo todo. Los peronistas nos podremos pelear mucho con Sarmiento, los sarmientistas se podrán pelear mucho con nosotros, pero algo nos acerca y es tiempo de que nos una. La educación es un derecho inalienable e impostergable de toda nación que piense en su futuro y de toda patria que quiera ser libre.
En tiempos del doctor Alfonsín, se instaló un concepto que nos ayudaría a pensar de aquí en adelante el estratégico valor del tema que nos convoca. “La educación es la nueva forma de la justicia social”, rezaba el enunciado. Y me parece que si todos aceptamos la cita más como postulado que como hipótesis, podremos juntos encontrar la solución a un problema que sufren las distintas administraciones nacionales y provinciales, pero que pagarán las futuras generaciones.
¿Por qué es impostergable la defensa y el fortalecimiento de una escuela pública de gestión estatal? La respuesta es simple. La escuela estatal ha sido durante años el espacio más democrático, más igualador hacia arriba, más transversal socialmente que hayamos tenido los argentinos. El guardapolvo blanco hacía primero compañeros y luego amigos al hijo del doctor y al hijo del laburante. Al pibe del “chalé” de la calle Larroque con el de la casita de la vuelta. En ese compañerismo que luego se convertía en amistad, se fundaba una sociedad solidaria. El neoliberalismo que Sarmiento despreció anticipadamente llamándolo “oligarquía con olor a bosta” fue minando primero, y destruyendo después esa escuela que fue orgullo y tesoro de generaciones y generaciones de argentinos.
Así hemos llegado hasta nuestros días, con avances indiscutibles. Después de Néstor Kirchner es impensable otra carpa blanca, después de Cristina es inaceptable una educación sin netbooks, pero también con deudas pendientes que ya no pueden esperar más. En las últimas dos semanas, dos derechos constitucionales se han enfrentado. El justo reclamo de nuestros docentes y la imprescindible presencia de nuestros chicos en las aulas han colisionado generando un río revuelto donde maestros y alumnos han resultado botín de oportunistas pescadores.
Es tarea del Estado garantizar la educación estatal. Verdad de Perogrullo. Pero aquí va otra perogrullada, un Estado sin recursos suficientes “garantiza hasta ahí” lo garantizado. La idea de contemplar la educación como un servicio público esencial no debería poner a nuestros docentes a la defensiva. Al contrario, la discusión de ese valor para la educación debería necesariamente revalorizar la tarea de nuestros maestros, debería colocar su formación y su evaluación en un lugar de excelencia y el financiamiento educativo en todas sus acepciones en un derecho impostergable de toda la comunidad educativa. Son tres debería que nos resultan en un debe que sólo con grandeza y sinceridad, con participación y debate podremos transformar en haber.