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Por María Florencia Actis* / Como es de público conocimiento, el popular certamen y el título de Miss Universo, surge y perdura desde los años ’50, como la manifestación sublime de la belleza femenina, personificada en una mujer. Jactándose de evaluar la belleza integralmente, y no acotada al aspecto físico, este evento fue y continúa siendo altamente cuestionado, sobre todo por organizaciones y colectivos del feminismo, por reproducir cánones de belleza restrictivos, productores de estereotipos y de múltiples discriminaciones. Ante todo, atribuye el significado de lo bello exclusivamente a la mujer blanca portadora de una imagen esbelta. A partir de un acuerdo firmado entre la Miss Universe Organization y laAlianza contra la Difamación de Gays y Lesbianas de Estados Unidos, en 2012 se pusieron en discusión las bases del concurso donde se establecía que las aspirantes debían ser nacidas mujeres.
Más allá de la necesidad de relativizar la idea de mujer, comprenderla como categoría contingente y revisar los estatutos que configuran la “personalidad femenina”, también es importante repensar por qué la femeneidad y sus características constitutivas son patrimonio de la identidad “mujer”. El heterosexismo destina de manera privativa sensibilidad, afectuosidad, elegancia, sexappeal, prolijidad para las “nacidas” mujeres. El varón feminizado, las personas trans y las mujeres que reniegan de los mandatos, se definan lesbianas o no, son concebidxs como disidencias respecto del universal varón y mujer, relegadxs al estigma o la compasión de la sociedad.
Otro punto discutible está orientado a la reflexión que insta Néstor Perlongher en “La desaparición de la homosexualidad”, en donde describe el adormecimiento de la fiesta del apogeo que produjo la salida de la homosexualidad a la escena pública, y su posterior normalización. Analogando, vale leer la inserción, no sólo de los cuerpos trans sino de todos los cuerpos, dentro de los estándares femeninos que proponen los concursos de belleza en clave de operaciones de violencia simbólica, y los costos políticos que conlleva.
Por otro lado, OTrans interpreta al concurso como un nuevo y estratégico escenario desde el cual disputar lugares de reconocimiento y equidad de derechos para la comunidad lgtb. “El certamen es la excusa para dar cuenta del sentido más político de las diferentes realidades que atraviesa la comunidad trans latinoamericana, sin eludir el carácter celebratorio por las conquistas logradas».
* Laboratorio de Comunicación y Género, Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.