.
Por Ariel Spini / Los habilidosos parecen haber desaparecido de las primeras planas del fútbol argentino, sin embargo cuando algún futbolista atrevido hace su aparición en Primera División no es protegido, por colegas ni colegiados. El que se atreve a un lujo o a una gambeta para dibujar una mueca de sonrisa en los rostros de los espectadores, padece los golpes del rival de turno que fue humillado. Hoy, tirar un caño, parece ser peor que pegar una patada o un golpe con la única intención de lastimar al rival.
No hace falta hacer mucha memoria para ser testigo de algunos de estos actos en contra del buen fútbol. En el último fin de semana se vieron más de un caso, donde el habilidoso fue perjudicado por pregonar el buen juego mientras que el “rustico” –como lo catalogaron de manera simpática algunos periodistas- es quien lleva la mejor parte.
Rubén Botta, Leandro Leguizamón y Federico Freire, dos futbolistas de Tigre y uno de Vélez Sarsfield, coinciden en juventud y en amor por el buen trato del esférico. A su vez fueron las principales damnificados del último fin de semana en la elite nacional.
Los jóvenes del Matador se enfrentaron contra River Plate para ser constantes víctimas de los golpes de los seis jugadores defensivos que dispuso Ramón Díaz. El hábil mediapunta fue la carta ofensiva de Néstor Gorosito y, como lo hace en cada partido, utilizó la gambeta para desorientar a sus contrincantes. La respuesta que recibió fueron inmensa cantidad de golpes, los que fueron protegidos por Pablo Lunati que no cuido la integridad de uno de los distintos, uno de los que aparece cada tanto.
Misma suerte vivió el ex-delantero de Tristán Suárez que hasta recibió un cabezazo sin pelota de Carlos Sánchez con el colegiado a escasos dos metros de distancia viendo la situación y no tomó la medida justa, expulsar al uruguayo.
Para la nueva carta joven de Ricardo Gareca, la historia fue similar. En la fortaleza de Lanús se encargó de adueñarse del esférico –sin tanta vericalidad como Botta y Leguizamón, pero sin con mejor pie- para asistir a sus compañeros. Como resultado de ello se llevó tres marcas en su cuerpo que lo obligaron a dejar el campo de juego antes de tiempo. En la primera etapa el verdugo fue Paolo Goltz con una entrada criminal desde atrás cuando la pelota ya no se encontraba en juego, el ex-Huracán fue con tanta vehemencia que se auto-produjo una lesión. Más tarde dos codazos sobre su rostro, todo sin acción pacificadora y protectora por parte de Patricio Loustau, acabaron con el volante fuera del verde césped y hielo sobre las zonas inflamadas.
Cada vez se hacen más esporádicas las apariciones de aquellos llamados “distintos” y cuando alguno empieza a asomar entre tanta pierna fuerte, no son cuidados por parte de quienes deben cumplir con esa labor. La pregunta sobre el por que del pobre nivel en el fútbol argentino se repite constantemente desde todos los sectores relacionados a él, pero cuando un joven aparece para brindar un poco de categoría, parece ser el máximo culpable. Desde dentro y fuera de los campos de juego se protege más al golpeador que al golpeado.