Por Agustina Villalba / Exhibicionismo sin límites, primicias, minuto a minuto. El caso Pomar, la beba de Ayacucho y Candela. “Lo que te digo tres veces es verdad” escribió alguna vez Lewis Carroll. El sistema mediático hegemónico captó y reprodujo esta lógica que, lejos de ser improvisada e inocente, esconde claras intenciones políticas y, en muchos casos, destituyentes. A partir de “El trágico caso Candela y la bestialidad mediática”, la Red de Observatorios Universitarios de Medios abrió el debate y puso en eje de discusión la necesidad de consensuar un protocolo interno para el ejercicio del periodismo. El nuevo paradigma planteado en la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, que concibe a la comunicación como un Derecho Humano y ya no más como una simple mercancía, propone nuevos desafíos. Sin embargo, las deliberadas estrategias de los oligopolios mediáticos parecen no querer adaptarse a los nuevos tiempos y continúan rematando la información al mejor postor. Ni el padre de los Pomar había matado a su familia, ni la beba de Ayacucho había sido ‘otra víctima de la inseguridad’, ni Candela había sido capturada por una red de trata de personas. Los límites de lo publicable se esfumaron y las hipótesis, presentadas como verdades, fueron las grandes protagonistas de los ‘último momento’. Las primicias del periodismo del rating no sólo impulsaron un aparente caos mediático, sino que instalaron en la sociedad verdades intencionalmente construidas con un claro fin político. La ‘inseguridad’ es el punto de encuentro en el que confluyen todas las realidades presentadas por los medios. El sistema de interesas que moviliza la fabricación de verdades por parte de las grandes empresas periodísticas, tiene un carácter fuertemente disciplinador. Instalar ‘la verdad’ en la opinión pública es la ofensiva de los grupos mediáticos concentrados. Ofensiva que tiene como claro punto de ataque al gobierno nacional, lo demás son cuestiones menores. La intimidad y los derechos de las víctimas, el curso legal del accionar policial o judicial de cada caso, el cumplimiento de las leyes y los principios de Derechos Humanos que amparan a los involucrados, valen menos que la primicia del minuto a minuto. Hablar en nombre de todos cuando en realidad se representa a un sector reducido, vender verdades cuando en realidad son puntos de vista. Insistir, repetir y repetir, bombardear con informaciones falsas o ciertas con la lógica del “algo, lo que sea, perturbará a la audiencia” El reaccionario comportamiento de los sectores concentrados de la comunicación se niega a adaptarse a un claro cambio de época que tiene al ciudadano como protagonista y sujeto de derecho. Este panorama se presenta también como un desafío para los ‘receptores’ de las informaciones. La audiencia puede elegir dejar de ser el número que guía el rating, para protagonizar su verdadero rol ciudadano y exigir que se respeten sus derechos. Puede comprar paquetes cerrados y creer en realidades totales, o ver la necesidad de creer en diferentes parcialidades que, en forma fragmentada y hasta a veces contradictoria, intentan formar un todo. A fin de cuentas construir la realidad puede pensarse como un simple acto de fe, o varios. “Si creo que estoy loco, estoy loco”, escribió el poeta Leónidas Lamborghini, conforme se menciona en el artículo hoy publicado por el colega Alain Simón en esta misma agencia, pero si me dicen que estoy loco, ¿creo que estoy loco? A lo mejor es momento empezar a buscar segundas, terceras y cuartas opiniones que nos devuelvan la cordura.